¿Qué hacéis durante el minuto que tarda el microondas en calentar un vaso de leche? Yo hoy he cogido el azúcar y una cucharilla de café y los he puesto en la mesa. He repetido el acto, pero no me he dado cuenta hasta que al primer sorbo he visto la segunda cucharilla solitaria sobre la mesa. No estaba demasiado somnolienta, y ya había remoloneado más de media hora en la cama. Pero durante ese minuto del microondas también esperaba a que pasaran los 30 segundos de una publicidad en el móvil, pensaba en el título de este texto y calculaba a qué hora debía empezar a escribir para llegar a tiempo del envío a las 9:30. El minuto del microondas estaba ya escrito en mis notas, a la segunda cucharilla no la vi venir. Estaba tan atenta a mi cabeza que dejé de estarlo a mi alrededor.
Veréis. Durante años fui secretaria en despachos de abogados —hasta que en 2023 el agotamiento apareció—, y el tener la capacidad de hacer varias cosas a la vez era casi mandatorio. Nunca me preocupó, porque llevo toda la vida haciendo muchas cosas a la vez; era buena, al menos en ese aspecto, de forma natural. Siempre he pensado, pero sin pensar mucho, en qué cosas puedo hacer mientras espero por otras. También durante el ocio, qué podcasts puedo escuchar mientras dibujo, cuáles mientras tejo, porque tengo que contar puntos y eso reduce mi atención. Pero incluso si quisiera no hacer nada estaría haciendo algo, porque puedo ser más bien callada, pero el monólogo de mi cabeza no lo es.
Ya hace bastante tiempo que comencé a pensar en que este ritmo en la cabeza no debe ser sano, sí lo es para mantener el cerebro activo y joven, pero no para disfrutar de las cosas. Mucho menos para estar presente. El ejemplo máximo de esto siempre ha sido el minuto del microondas, la necesidad de hacer otra cosa mientras tanto, como si mirar el vaso girar sobre el plato fuera ilegal. He tenido que hacer una pequeña búsqueda en Substack porque no recordaba si os había hablado de El valor de la atención de Johann Hari y parece que sí. De forma explícita una vez y sin quererlo muchas otras veces después. Hay preocupaciones que a una se le pasan por la cabeza y que no cogen cuerpo hasta que se verbalizan, o hasta que un señor escocés las pone por escrito. Por suerte, mi uso del móvil antes y después del libro es bastante limitado en comparación con el de muchos otros. Pero no os voy a engañar, me preocupa lo del multitasking.
Me preocupa el estar constantemente intentando aprovechar el tiempo, me preocupa que la mente piense en tres o cuatro problemas a la vez, me preocupa haberme acostumbrado a que estén pasando cosas todo el tiempo. Que la vida tenga sobresaltos es normal, pero los días normales son cada vez menos normales. Una noticia bomba en el trabajo, una amiga que se va de Madrid, cada día pasa algo, más grave, menos grave, pero algo. Todo esto me ocurre a mí que tengo pocas personas cercanas y paso buena parte de mi tiempo libre haciendo actividades solitarias. No me imagino cómo deben ser las vidas de otros más extrovertidos. Aunque me puedo hacer una idea.
Ayer fui, por una celebración, a comer a un sitio pequeñito, con pocos comensales y donde el chef cocina en vivo y en directo y va explicando los pasos y la razón del menú. Cero microondas a la vista. Sabía que íbamos a estar varias horas allí sin nada más qué hacer que escuchar, comer y disfrutar. Por suerte, mi acompañante tiene a Johann Hari más interiorizado que yo. Pudimos ver constantemente como, en esos segundos en que el chef sacaba otro utensilio o ingrediente, como se sucedían las fotos, los whatsapp, las conversaciones sobre qué iban a hacer después de esto. Todo el grupo era maravilloso y muy agradable, y cada uno vive cómo quiere, faltaría más, pero me pareció agotador y celebré internamente que nuestros móviles no estuvieran sobre la mesa. Sí saqué una foto al comienzo de todo, porque ese atún pedía ser inmortalizado y yo soy bonitista.
Así que verme en esa situación de estar varias horas aislada, por así decirlo, de todo lo demás me ha hecho pensar en todo esto, cuando ni siquiera sabía de qué iba a escribir hoy hasta que me puse el café. Lo cierto es que mi capacidad de reducir mi tiempo productivo está bastante limitada, y lo estará durante buena parte de este año. Ha sido una elección consciente, tomada porque después de ello vendrá, si todo va bien, bastante tiempo para mí. Esta limitación es la que me hace ser más consciente de todo esto que escribo, porque tengo que reducir el tiempo productivo de otra manera y eso implica, no queda otra, el ser mucho más consciente de lo que estoy haciendo, del momento, de la necesidad. También el ser más consciente, como os contaba hace dos semanas, de que no debo caer en el «no tengo tiempo».
Pienso en todo esto, no solo por la comida de ayer, sino porque el viernes lo verbalicé por primera vez. Con mis compañeras de trabajo tuvimos un momento de hablar sobre cómo estábamos y, no sé cómo, llegué a decirlo en voz alta: «Me preocupa que siempre esté pasando algo». No me preocupa, por suerte, que yo haya perdido la capacidad de hacer sólo una cosa a la vez. Aún leo con frecuencia y soy incapaz de hacerlo con música de fondo, puedo pasar horas dibujando o tejiendo sin hacer nada más —excepto por lo del monólogo interior— y puedo mantener largas conversaciones con alguien sin el móvil a la vista. Pero me preocupa que lo otro sea la norma, me preocupa estar, sin darme cuenta, atenta a todo, a cualquier estímulo exterior, e intentando ser eficiente, eficiente para nada, porque el minuto del microondas no me va a cambiar el día.
Has tocado uno de los temas sensibles de nuestra época, me parece. Me alegra saber que hay más personas que lo ven igual que yo, que son conscientes de esa carrera interminable por «hacer», como si la vida consistiese solamente en cumplir objetivos, incluso los más banales o ridículos.
Desde mi punto de vista, uno de los problemas es la depauperización del concepto de «ocio», que debería ser relajante, azaroso, tranquilo y vital; sin embargo, la pulsión por conseguir logros, por cumplir metas, por perseguir objetivos, hace que nos tomemos el tiempo libre como una extensión del tiempo de trabajo, por lo que acabamos tratando de aprovecharlo como si formase parte de nuestra vida laboral.
Reconozco que, a veces, me pasa cuando escribo las newsletter: lo tomo como si fuese una obligación (fecha de entrega, temas interesantes, número de palabras) y me cuesta «cambiar el chip» para reenfocar la mirada y contemplarlo como lo que es: una diversión, un placer, no un compromiso.
Sobre todo, pienso que deberíamos ser más conscientes de esos momentos de ocio. Al igual que prestamos atención a nuestras labores profesionales (o eso se espera…), también deberíamos disfrutar al cien por cien del tiempo libre: un paseo, una película, un libro, un concierto… En muchos casos estamos más pendientes de contarlo o de «aprovecharlo», pero no de vivirlo. Quizá ese es un punto fundamental para dejar de extraer productividad de todo.
Buenísimo! Esperar, sin más, mientras el vaso gira durante un minuto casi nunca es una opción. Tengo una hija que cuenta las vueltas que da su taza. Es una experta en mindfullness.. 😂