Un martes cualquiera (XXXIX): Las redes y la aspiradora
Sobre mi forma de gestionar lo que hay tras la pantalla.
¿Habéis pensado alguna vez en como es vuestra relación con las redes sociales? ¿Tenéis alguna estrategia en su uso? Es algo que me planteo con mucha frecuencia y a lo que he vuelto varias veces a lo largo de los años. En estas últimas semanas me he visto dándole vueltas otra vez, si acaso con más consciencia. No ha sido por las redes en sí, ni por el descalabro de Twitter últimamente, sino porque un libro y la persona que me lo prestó han dado pie a varias conversaciones al respecto.
La primera vez que pensé activamente en mi relación con la redes fue en 2018. Yo sólo usaba Instagram para mis dibujos y un amigo me convenció para abrir una cuenta similar en Twitter. Yo ya había estado ahí varios años, hasta 2014 o 2015, y al volver tuve claro que no sería para entrar en el Twitter político. Comencé a seguir a artistas, divulgadores de arte y letras, museos… y mi idea era quedarme ahí. Por supuesto, salió mal, y me vi en poco más de un año en esa vorágine tuitera política sin ningún tipo de razón. No le di excesivas vueltas, había pasado y me había conformado. Pero claro, cuando una es de naturaleza tranquila, no soporta algo así mucho tiempo.
Mi segunda gran reflexión sobre las redes fue en 2021. Me di cuenta de que me estaba perdiendo cosas de gente interesante entre tuits virales y discusiones acaloradas (ajenas) que no me aportaban nada más que agobio. Me generaba aun más estrés ese estar perdiéndome "algo". Durante un tiempo dejé de seguir cuentas, unas 200 quizá y eliminé un número similar de seguidores. En ambos casos, personas o cuentas que tendían a hablar de política casi siempre, me daba igual de qué ideología. No era, ya os digo, la primera vez que rumiaba esto y mi relación con las redes era y es, por lo que puedo ver más sana que la que tienen muchos. Pero hacer las cosas sólo por comparación no sirve de nada. Durante esa época posterior al gran unfollow acabé en shadowban, supongo que porque a la app no le gustaba eso que estaba haciendo.
Durante la pandemia no abusé especialmente de las redes, a pesar del confinamiento solitario. Me sirvió, eso sí, para recuperar mi hábito por la lectura, largamente perdido por la combinación de trabajo y estudios y alguna relación “de la vida real” complicada. En 2021 me topé con Agitación de Jorge Freire, fue a raíz de ese pequeño libro que pasé el aspirador por mi cuenta de Twitter. Decidí que era mejor seguir a pocos y que esos pocos tuvieran un hilo conductor, que crearan contenido del de verdad o que fueran personas que me agradaran, y puse mi tope alrededor de los 500 seguidos (que, si eliminamos cuentas corporativas o simplemente estéticas, implica bastantes "historias" menos que seguir). Recuerdo hablar con la persona con la que tonteaba en aquella época sobre esto, a quien, claro está, conocí vía Twitter. Eso es una constante en mi vida. Él seguía a muchísimas personas, nunca se enteraba de nada, y consideraba de mala educación el dejar de seguir a alguien. A mí me parecía una tontería y me alegro de haberme mantenido en mi decisión de hacer limpieza. Los cambios recientes en Twitter con los tuits promocionados y el doble TL han hecho que, por desgracia, haya tenido que volver a ver cosas como estas. No las echaba de menos y me he dado cuenta de cuánto me sobran.
Sin querer entrar demasiado en ello, porque es bastante poco abarcable, el libro que leí recientemente y que incluye el tema del ruido en redes es El valor de la atención de Johann Hari. Trata de muchas más cuestiones, algunas muy intuitivas que todos nos planteamos a veces, pero he vuelto a este tema porque ya era una pequeña obsesión mía. En redes, valga la redundancia, y en esta newsletter no he hablado mucho del libro en cuestión porque, aunque en algunas cosas ha sido revelador, reconozco que otras llevaba rumiándolas un tiempo y es un proceso largo y personal como para fusilarlo en un par de tuits o en una pequeña reseña. Como os digo, hay en este libro mucha intuición colectiva y mucha intuición propia y no son temas sobre los que uno reflexiona fácilmente, ni siquiera el propio autor.
A raíz de la lectura decidí, también, darle una vuelta a mi Instagram. A priori no tenía nada malo, casi todo eran cuentas de arte, artesanía y manualidades varias. Eso es sano, ¿no? Depende. Si sigues la cantidad de cuentas que seguía yo (cerca de 2.000), eres incapaz de escapar del scroll infinito. Así que saqué el aspirador otra vez. En Instagram he descubierto que si dejas de seguir a muchas personas en muy poco tiempo el sistema te bloquea la acción "por seguridad", pero te avisa más tarde, por lo que puedes haber hecho 100 unfollows y sólo haber conseguido 40. Más allá de ese bloqueo, porque otra vez he hecho cosas que no le gustaban a una app, he tenido éxito y he podido ver esto de nuevo después de años.
Veo que hay un sentimiento común en el mundo respecto de estos temas. No he buscado nada relacionado con el libro, pero, a cuentagotas, me han salido algunas cuestiones relacionadas en el Discover de Google. Más concretamente un par de artículos sobre el aumento de ventas de "teléfonos tontos", y además entre gente joven, más que yo, y lejana del supuesto público objetivo de ests dispositivos. Pero pasa con eso como con cualquier clickbait de la última moda en Japón. La moda no es tal y sólo lo hacen 4 personas. La mayoría sigue refrescando la pantalla cada pocos minutos o sigue haciendo scroll hasta que la mente deja de pensar.
Precisamente si escribo de esto ahora es por lo que se podía leer ayer en Twitter. Yo leí este libro, hablé sobre él con quien tenía que hacerlo e hice mis gestiones. Lo hice hará más de un mes y no pensaba escribir sobre el tema. Pero entonces Elon tocó algún botón que, en apariencia, limita cuántos tuits puedes leer. Y hay gente que ha sufrido, pero, es más, hay gente que se ha tomado esto como "una oportunidad" para desengancharse. El parche de nicotina son los pocos tuits que te deja leer en un rato. Son el café que te tomas a primera hora “y ya no más hoy” que te ha dicho el médico que con eso que te ha diagnosticado no te viene bien.
Mi fascinación por la genética viene desde poco antes de que se descubriera por completo el genoma humano, cuando aún era pequeña y creía que desarrollaría una carrera en ciencias. No fue así, pero me esa fascinación me vuelve cada vez que descubro que cualquier característica del ser humano tiene base en los genes. Lo del descubrimiento de la predisposición a las drogas y su combinación genética/ambiente me gusta especialmente, y lo hace porque no tengo nada de esa predisposición. He probado cosas varias, fumé durante unos años y un día decidí que me había aburrido y lo dejé. Con el café hay días y épocas que no lo tomo y no me apetece, y no noto diferencias en mi forma de actuar ni me vuelvo más irritable. Sobre si la ‘adicción’ a las redes, a internet o al juego tiene la misma base que otras adicciones se ha escrito largo y tendido y no parece haber consenso. Aunque si habéis pinchado en el enlace sobre el scroll infinito veréis lo que opina el padre de la criatura. Sí que creo, en cualquier caso, que es más difícil establecer una relación sana con la pantalla y sus contenidos cuando uno tiene tendencia a engancharse a sustancias, personas y actitudes. Entiendo que, por comparativa con otros, en mis decisiones con mis redes parto con una cierta ventaja genética.
No tengo intenciones de abandonarlo todo, tengo una buena relación con Internet y ya he hablado de ello aquí. Pero sí me resulta llamativo que, mientras por un lado hablamos mucho de nuestras relaciones personales, de los red flags y personas tóxicas, por otro lado no apliquemos todas esas condiciones que ponemos al que tenemos al lado en lo que tenemos en la pantalla. Teniendo en cuenta el gran uso de los móviles, me aventuro a afirmar que lo segundo, lo “virtual”, lo soportamos mucho más. Tampoco pretendo decirle a nadie cómo gestionar sus redes. Es sólo que es llamativo que en un mundo que habla de responsabilidad afectiva y de límites, no se hable de estrategias y hábitos de autocontrol en ellas cuando van a través de apps. O quizá sea sólo que todos lo pensamos, pero pocos lo verbalizamos.
Estoy muy de acuerdo contigo. La gestión de las redes da para todo un manual, y en general preferimos obviarlo y dejar que se convierta en una especie de jungla con la que luego tenemos que lidiar.
En mi caso, sigue un método parecido al tuyo: periódicamente hago una «limpia» y trato de seguir solo a las personas que me interesan, que en mi caso se reducen al campo de los libros, principalmente. Aunque es difícil sustraerse de la política (porque al final se mezcla en todo, algo que, por otra parte, podría ser sano), cuando veo que el timeline se llena de odio trato de «depurar» un poco más.
Al final, lo que saco en claro es que me quedo con pocos seguidos, pero cuyos contenidos realmente me interesan y me aportan. De hecho, aquí en Substack me ha pasado un poco lo mismo: empecé a seguir a mucha gente y me he dado cuenta de que no son tantos los que aportan contenido de calidad, así que he ido dejando de seguir a unos cuantos.