Un martes cualquiera (75): Con cara de sordo
A vueltas con lo de la inclusión, con unos toques de surrealismo auditivo.
En algún momento de 1996, quizá fuera un martes, una enfermera le dijo a mi madre: «esta niña miente». Mi profesora de preescolar había dicho que la niña no la escuchaba en clase, pero durante un tiempo quedó la idea de que simplemente no prestaba atención y no quería estar en clase (que también). Poco a poco, y porque esto se degrada como la visión, mis padres también empezaron a notarlo. Así que dos o tres años después de que esa profesora hablara, yo me vi pasando por la primera de muchas audiometrías en mi vida. Y llegamos a la enfermera1. Sus palabras salieron con bastante desdén mientras enseñaba a mi madre una gráfica similar a esta2, llamada audiograma, con una curva similar a la del gráfico de la derecha, aunque algo menos pronunciada:
La lección no la pude aprender en ese momento por edad, aunque en unos pocos años tendría claro que, para el mundo, la discapacidad3 si no la ves, no existe. Y aunque la veas, si tu prejuicio está terriblemente asentado, puedes negarlo, como hizo esta señora. Que una niña de 6 años estuviera perdiendo la audición sin un motivo aparente no era normal, así que en su cabeza la única explicación para esto era que yo mentía. Lo que sigue es una historia demasiado larga para una newsletter, pero se resume en que llevo unos 27 años utilizando audífonos en ambos oídos. De forma natural, y aunque no sea parte de mis temas de escritura habituales, cuando veo algo sobre discapacidad y/o representación, tengo que pararme y leer lo que se me presenta. Al fin y al cabo, es una parte importante de mí.
Y eso fue lo que sucedió esta semana. Llegó a mi muro de Twitter un hilo de Ugo Sin Hache, a quien ya había visto alguna vez por la aplicación, pero que esta vez me llamó la atención por la temática concreta: la visibilidad en el cine y lo de la «representación forzada». Todo el hilo es muy bueno, pero a mí me conquistó una parte concreta4 porque es algo que he comentado varias veces con conocidos, que es que no debe haber justificación para añadir en una película o una serie alguien con una discapacidad.
Pero muy a pesar de Ugo, su hilo también me llamó la atención por una respuesta que recibió, y que me recordó a esa enfermera de la infancia. No lo mostraré ni enlazaré, por eso de no dar voz a los que no lo merecen, pero alguien decidió comentar que, por supuesto, que hablamos de inclusión forzada porque, en el día a día, la única persona con discapacidad que vemos todos es la persona que nos vende los cupones de lotería. El mundo sigue pensando que lo que no se ve no existe. Los datos dicen lo contrario: en España hay más de 4 millones de personas con discapacidad reconocida y parte de ellas forma cerca del 5% de la población española en edad de trabajar. Creo que no hay tantas personas vendiendo cupones. Yo estoy en una oficina y llevo una década en varias, os aseguro que muchas personas han hablado conmigo, y la mayoría no ha notado nada en mí fuera de lo «normal».
Existe, creo, la idea equivocada de que las personas con discapacidad estamos a favor de la visibilidad en el cine porque queremos que los personajes sean como nosotros o que se hable de «lo nuestro» y no va por ahí, al menos no en mi caso. Es cierto que una cierta visibilidad cuando eres niño y no existen muchas personas en tu franja de edad con tu problema puede ser beneficioso, porque acaba siendo una existencia bastante solitaria mientras aprendes a vivir con ello. También lo puede ser para quien sufre una discapacidad sobrevenida ya de adulto. Pero, más allá de eso, es llamativo ver, sobre todo en series ahora que se hacen como churros para plataformas, como nadie parece tener nada «raro», ni siquiera un tic. Muchos habréis tenido alguna discapacidad temporal a lo largo de vuestra vida, ¿os habéis roto un hueso en la infancia? ¿Habéis tenido una otitis? Bienvenidos a mi vida.
Esa inclusión forzada que dice el hater de turno en redes no es tanto, estamos por todas partes, pero el ser humano es como es y si no hay nadie diciéndote que existimos, ya sea en un libro, una serie o una película, a veces no te crees que es así. Hay infinidad de personas por la calle andando con audífonos, no los veis porque son pequeñitos y porque, espero, no andáis mirando a las orejas de todo el que se os cruza. Pero cuando una tiene esa condición los ve por todas partes. Y es lo que sucede cuando sabes que hay muchos aspectos de la realidad que se esconden a simple vista, de repente los empiezas a ver todos. Si se muestra en el mundo audiovisual, poco a poco habrá quien deje de creerse que es tan anecdótico y nos hará la vida un poco más fácil a todos. A los que tenemos alguna condición y a los que pasan vergüenza cuando tenemos que afearles ciertas conductas.
Admiro inmensamente a personas como Ugo, que tienen la capacidad y paciencia, de hablar de estos temas por redes hasta la saciedad. No es mi caso, al menos no por ahora y me conformo con mi pequeña parcela de la realidad. Porque la cara de sordo no existe, tenemos que pedir buscarnos la vida de otras maneras. Pedir ayuda en el trabajo porque el sonido de una oficina abierta no casa bien con mi oído, buscar un sitio adecuado en ciertos eventos en el que poder escuchar sin problemas, pedir a amigos ir a ciertos bares si pretendo tener una conversación, hablar todo el rato de mi discapacidad (incluso si no se ve) para evitar que otros me hablen de espaldas o tapándose la boca. Y, finalmente, escribirlo por aquí, por si a alguno de vosotros os ayuda. Más allá del haterismo de las redes o de los eternos debates de inclusión y de discriminación, la realidad es simple. No se trata de incluir o no incluir, es que ya estamos aquí.
Asumo que era una enfermera, pero tenía 6 años y ningún conocimiento del sistema sanitario, la mayoría de mis audiometrías de adulta han sido a través de mis audioprotesistas privados, así que puedo haberme equivocado aquí.
Texto alternativo: Dos gráficas representan, en decibelios por hercios, a izquierda un oído sano y a derecha un oído con pérdida neurosensorial. Se superponen dos colores, uno para cada oído, y representa el sonido más débil que se puede percibir en unas frecuencias específicas.
Hay todo un debate sobre el término a utilizar y, habitualmente, afecta más a quien no tiene nada de esto que a los que sí. Utilizo el término, discapacidad, me parece natural, me siento cómoda con él y tiene varios significados: además de ‘negación o contrariedad’, ‘separación’ o ‘dificultad o anomalía’. Por supuesto que escuchar poco es una dificultad.
Texto alternativo de los tuits:
«No es necesario que tengas un contexto. Si eres negro en una película, no hay necesidad de que te expliquen tus raíces africanas o la vida dura que has tenido. O si tienes una discapacidad, no es necesario que te pongan un contexto de sufrimiento o de superación. DA IGUAL.»
«Cuando se habla de inclusión forzada, me hierve la sandre porque parece que SÓLO SERVIMOS PARA LO QUE LOS DEMÁS QUIERAN. Un negro que hable de racismo. Un gay que hable de su salida del armario. Una persona con discapacidad que hable de sufirmiento o superación.»
«Cuando salimos de esos roles, INCLUSIÓN FORZADA. ¿Cómo va a existir un negro que simplemente es cocinero? ¿O una lesbiana que es una ejecutiva? ¿O una persona disca que está comiendo en un restaurante? ¿Por qué no lo hacen lo suyo? ¡Madre mía, la inclusión!»
Me has recordado, Lara, a un individuo con quien estuve hace poco. Me discutía el racismo en nuestro entorno hasta cuando le dije que si el porcentaje de migrantes es del 23% y no hay racismo, ¿dónde están en los puestos directivos, en el funcionariado, en los medios y en la calle? Pues hasta que no haya esa representatividad del 23%, será que seguimos oprimiendo... Con la discapacidad igual. Un abrazo.
Gracias por este artículo.
Creo que es tremendamente importante insistir de forma continua en todo esto. Normalizar / visibilizar la diversidad es esencial para que, en algún momento, toda esa gente diversa reciba un trato equitativo. Me gusta mucho la parte que has tomado del hilo de Ugo, ya que creo que representa la esencia del problema. Todos somos personas con nuestras circunstancias y particularidades, pero en general la mayoría tenemos la suerte de vivir una vida semejante y está bien centrarse en eso, en que a pesar de la diversidad, a todos nos gusta tomar un café, echar pestes del trabajo o cotillear sobre la obra que están haciendo en la calle de al lado.
También al hilo: justo hace 3 meses conseguimos en la familia convencer a mi madre para que se pusiera audífonos después de más de 20 años necesitándolos, y ahora está más feliz que una perdiz. Es fascinante cómo el miedo al rechazo y a lo que pensaran los demás hizo que estuviera tantos años con un problema que se podía haber paliado mucho antes. Quizá más visibilidad le habría ayudado algo.