Sé algo sobre escritura y sobre conseguir determinados objetivos a través de ella. Vender, persuadir, emocionar, entretener. No hace falta ser especialmente listo para diferenciar estas cosas, haber leído mucho y muy variado da para tener unas tablas, aunque las clases de corrección de estilo ayudan. Hay muchos recursos, más de los que creemos, y la mayoría son casi invisibles o deberían serlo si uno es bueno. Pero de todos esos recursos que pueden utilizar los autores, hay uno que me chirria especialmente por obvio, y que no sé por qué funciona para el gran público. Lo de la segunda persona del singular.
Veréis, ese recurso de escribir un libro dirigido a ti, lector, es muy común de la autoayuda, aunque no la leo, no porque crea que es mala per se, sino porque la gran mayoría no sirve. Tampoco suelo leer prensa en la que me encuentre con publicidad, que es otro germen para el dichoso ‘tú’. Sí me encuentro con frecuencia con la segunda persona del plural, por el simple hecho de que existen newsletters como esta. Entendemos que poco a poco alguien va llegando a ellas, pero la mayoría las recibís como un e-mail (el 80%, casi siempre, para Un martes cualquiera). Sé cuántos sois, algunos sois amigos, otros escritores que conozco o personas que tengo en redes. Os pongo nombre, a veces cara. Me puedo permitir el vosotros cuando os estoy enviando un mail cada domingo, sería impersonal escribir como si esto fuera un artículo académico.
La idea en sí es que, por mis preferencias, casi no debería encontrarme con libros dirigidos a mí como lectora, y sin embargo cada vez es más frecuente. La sensación debería ser agradable, imagino que lo es en las cabezas de los escritores, y, sin embargo, generan todo lo contrario en mi caso. Tenemos libros que, sin ser de autoayuda, se dirigen al lector con una serie de reflexiones, consejos, comandos, «haz esto», «no hagas eso», porque el autor ha alcanzado una cierta atalaya desde la que, cree, puede interpelar a los lectores libremente. Sé que la idea es que nos sintamos implicados con el autor, pero nada más lejos de la realidad, a la segunda frase dirigida a mí ya estoy fuera. Puedo seguir leyendo, si de verdad me interesa el tema, pero estoy fuera.
Veréis, me gusta asomarme al proceso creativo de otros, me gusta ver bocetos, me gusta ver tutoriales de cosas que no pretendo hacer, me gusta leer sobre creatividad y me encantan esas pequeñas introducciones en algunos libros en las que se cuenta cómo se llegó a la idea del libro o cómo se confeccionó. Es una cuestión bastante vouyerística, porque lo que no me gusta tanto son las clases planificadas y la educación reglada. Ver, leer, maravillarme. Ese es el plan. Sucede lo mismo con la lectura, hay obras con grandes enseñanzas, escritas sin ningún tipo de soberbia ni de plan, solo puestas en letra para que el que pase por ahí decida si va con él o no. Pero no me gusta cuando ese autor, escritor, artista, se hace consciente de sí mismo y de ti misma y te indica que sí, que sabe que le lees, ves, escuchas. Me sucede con todas las artes que son, en un principio, solitarias; el pintar en público en medio de una plaza abarrotada me parece mitad pintura, mitad performance. He dibujado alguna vez en público y conozco la sensación y la diferencia a cómo uno dibuja habitualmente sin nadie que le mire. Son dos artes diferentes, aunque los materiales y los gestos sean los mismos.
Leí el año pasado una obra que, por cuestiones que no vienen al caso, sabía que no iba a ser de gran calidad literaria, pero iba a suplir una curiosidad que tenía sobre un tema. Estaba plagada de segundas personas del singular. La terminé, por lo de la curiosidad, pero la sensación constante de que el susodicho se sentía lo suficientemente encantado consigo mismo como para aleccionar a cualquiera que abriera el libro no me ha hecho quererle más, al contrario. Supongo que al tener los recursos se ve fácil, una lección no solicitada, aunque sea informal, aunque sea en tono ‘cariñoso’ y de buen rollo, sigue siendo una lección no solicitada. Pero sé que esto es una cuestión bastante personal que puede no afectar a la mayoría. El libro en cuestión fue superventas. Otros lectores parecían estar muy implicados con todo el tema.
Si mencionaba los procesos creativos es porque, además, es la temática del libro que tengo entre manos estos días, o más bien, del libro que empecé esta semana y en el que el autor empieza fuerte con el ‘tú’. Lo compré porque, además de ser uno de mis temas fetiche, tenía muy buenas opiniones de algunas personas a las que sigo por redes y en las primeras páginas he tenido unos segundos de horror. He suspirado aliviada cuando he visto que es otro recurso que suaviza todo esto, el uso de la segunda persona del singular en la introducción (o al final) para indicar, precisamente, que no te tomes nada del libro como una lección. La obra es El acto de crear: una manera de ser de Rick Rubin. Rick tiene algunas cosas demasiado místicas para mí, que nací escéptica, pero tiene claro lo que no hace con sus palabras:
No está demostrado que nada
de lo que contiene este libro sea cierto.
Es una reflexión sobre impresiones propias,
más pensamientos que realidades.Puede que algunas ideas resuenen en ti
y otras tal vez no.
Unas pocas podrían despertar un conocimiento interior
cuya existencia olvidaste.
Utiliza lo que te sea útil.
Suelta lo demás.1
Estoy a tope contigo Rick.
No soy capaz de explicar al 100% porqué me irrita tanto el uso de la segunda persona del singular, y, probablemente, esto se me pasaría leyendo menos ensayo, pero mis gustos son los que son. Pienso a menudo en una frase que decía algo en la línea de que los artistas son personas con la necesidad de ser vistas, pero también de pasar desapercibidas. Esa frase lleva en mi cabeza desde la adolescencia, sin recuerdo de quién la dijo ni donde la leí, pero con la consciencia de que se cumple en muchísimos casos. En mi vida real tiendo a pasar de puntillas por muchos sitios, ser silenciosa, ir ‘a mi rollo’. En redes es diferente, por eso de las incoherencias del ser humano. Pero en la lectura gana la primera Lara o, quizá, la Lara más inocente, que cree que los libros deberían escribirse porque hay algo que contar, no porque pueda haber lectores. O simplemente que cree que el arte debe pagarse, pero no crearse con el único fin de gustarse y pasar por caja. O quizá, también, porque aquí dentro sigue viviendo una adolescente rebelde que rechaza las dichosas leccioncitas. Nadie es perfecto. En cualquier caso, por favor, volvamos a la primera persona.
Saltos de línea incluidos en la versión traducida y publicada por Planeta.
A mí me sucede eso con muchas newsletters empresariales o profesionales, con esa tendencia tan de moda de tratarte como a un colega. «¿Sabes lo que me pasó ayer?»; «No te vas a creer lo que ocurrió»; etc.
Creo que se abusa tanto del —supuesto— poder persuasivo de la segunda persona que, al final, nos pasamos de frenada y acabamos escribiendo auténticas parábolas bíblicas con las que intentar hacer proselitismo (casi siempre comercial).
Y a mí, como a ti, me rechina mucho, pero mucho, que me agarren del brazo con esa confianza…
A mí también me molesta un poco. Sobre todo, si es a modo de lección. He leído el caso de una escritora que hablaba a los lectores solo hacia el final en tono cómplice y como agradecimiento por leerla, pero ya. A veces hasta me genera una incomodidad como de que se mete en mi vida cuando lo que yo quiero es meterme en la suya, no en la del autor/a sino en la del personaje en cuestión.
Por cierto, casualmente vi un vídeo que compartió Patri Benito en su newsletter Hanami que iba en relación a escribir para nadie, para uno/a mismo/a :) https://labenitoescribe.substack.com?r=17kx26