«Descubrí que la gente no solo quiere comprar un producto, quiere comprar la experiencia, la historia, y algo de lo que puedan hablarle a sus amigos». De esta manera termina un vídeo en Instagram realizado por un ebanista en el que cuenta cómo tardó en darse cuenta de que, a la hora de enseñar y vender su artesanía, al comprador habitual no le interesaba las características de la madera, pero sí la posible historia que hubiera detrás. Este vídeo lleva unos días en mi cabeza, especialmente porque viene en el momento en el que vuelvo a rumiar todo esto de lo audiovisual en redes, y vuelvo a no tener clara mi postura en todo esto o, más bien, no tengo claro el razonamiento de cómo y porqué debería yo hacer las cosas y ahora pienso que me inclino más al razonamiento contrario de lo que una vez afirmé.
Quien lleve por aquí un tiempo sabrá que hace un año o dos escribía mucho más sobre el mundo de las redes sociales. Una de las razones era porque se encontraban en cambios grandes: lo de Twitter y su dueño, lo de Instagram y su algoritmo para reels, la aparición de otras redes que intentaban alejarse de ese algoritmo… Otra razón era, simple y llanamente, porque pasaba muchísimo más tiempo en ellas o, más bien, porque prestaba más atención a lo que leía. Hay una parte de mí que sigue creyendo que las redes van a mutar en otra cosa, y me parece un pensamiento lógico viendo la bajada de usuarios habituales, el retorno de ciertos movimientos antitecnología y el discurso postpandemia de que debemos conectar más a nivel físico. Sin embargo, no es algo que tenga tan claro, porque los seres humanos llevamos conectando desde que más de dos personas se enchufaron a internet por primera vez. La sensación es que, si surge otra cosa, no creo que se aleje en exceso de lo que hay.
Independientemente de las predicciones, a lo que más vueltas doy es a lo actual. Hace un par de años pasamos de la foto y el texto a los audios y vídeos, y yo no lo llevé del todo bien, en un principio porque esto perpetuó una glorificación de las caras guapas, el resto no parecía existir. Surgía también la cuestión de que yo nunca había hecho nada con mi cara y mi voz y ni se me pasaba por la cabeza hacerlo. Fui una niña que, a pesar de sus sobresalientes, prefirió suspender una asignatura antes que cantar una canción delante de sus compañeros de clase, tal era la aversión al asunto. Pero han pasado un par de años desde que me quejé de todo esto, y la situación audiovisual es algo diferente. El mundo se ha despojado de la presión de la belleza y cada vez más veo personas de caras muy normales subiendo vídeos a redes. No hemos terminado con la inseguridad y las presiones sociales sobre el cuerpo ajeno, pero parece que muchos otros también se cansaron de ver siempre el mismo tipo de cara.
Y entonces llegó otro hito que le dio una vuelta más a todo esto: la IA generativa y el bombardeo de contenido no creado por humanos. Buena parte del público se lo creyó todo, o no le importó creérselo, y está bien, la mayoría siempre va a preferir ver algo mediocre. La parte del público con un gusto más sibarita se volvió hacia aquellos que ponían un empeño especial en cómo contaban las cosas, en lo que hacían, pero, sobre todo, en quien estaba detrás. Si ya el ser humano tendía al cotilleo, ahora lo que necesitaba comprobar es que había un ser humano real, con vida propia, con problemas y con inquietudes. Hablo de una parte, obviamente, minoritaria de la población, de aquella a la que no engañas con una IA de Ghibli, pero es esa parte la que interesa al artesano, al crítico de cine o a cualquier otro que tiene algo que contar al mundo. ¿Preferiría que todo esto fuera posible sin tener que pasar por voz y aspecto? Sí, eso sin duda. ¿Lo veo igual de terrible que antes? Me temo que no.
Y de esto va un poco internet y la vida, algo que en 2023 te puede parecer horrible, puede matizarse en 2025 porque el mundo va a toda velocidad y los humanos cambiamos, incluida yo misma. Los que escribimos de forma habitual somos igual de narcisistas que el que sube un vídeo sobre el lanzamiento de un videojuego a YouTube, pero además somos mucho más moralistas, porque nos creemos que nuestra elección es más elevada. Y una mierda. Lo bonito de la escritura es que te permite articular mejor tus pensamientos, darle una vuelta, dejarlos en un cajón el tiempo que sea, volver a ellos y cambiarlos dos años después y que te lea más gente sin que esto suponga un problema. Pero no creo que esto nos haga mejores que nadie, no creo, siquiera, que se consiga más alcance al hacerlo de esta manera.

Contaba también hace tiempo como las historias en la humanidad se empezaron a transmitir de forma oral, mucho antes de que la escritura se democratizara y antes de que existiera. El asentamiento del texto escrito como comunicación masiva es solo un pequeño punto en toda la tradición de la comunicación humana, nos parecía una de las principales porque hemos crecido en ella, pero lo cierto es que, si tenemos estrictamente en cuenta la evolución de la historia, lo más normal es lo de los YouTubers. Internet ha avanzado muchísimo en prestaciones y ahora los que cuentan historias pueden hacerlo sustituyendo la hoguera por una pantalla de ordenador. Una imagen de los hologramas contadores de historias en un futuro museo destruido en la versión de La máquina del tiempo de Simon Wells aparece en mi cabeza cuando escribo esto.
Ahora que nos hemos despojado de que solo las chicas guapas sean las que consigan la visibilidad, comienzo a ver lo audiovisual de otra manera, comienzo a pensar que sí es posible llegar a más personas que, con mucha razón, se alejan del elitismo de los escritores. No me parece descabellado que, teniendo en cuenta esta historia de la humanidad que os digo, volvamos a la forma natural de contar historias, que es con la voz y la cara. Yo misma paso mucho más tiempo viendo y escuchando que leyendo y es bastante egocéntrico creer que son los otros los que se equivocan. Pues aquí estamos, la equivocada era yo porque opiné demasiado rápido y me cerré demasiado rápido a otras posibilidades. Así que aquí va, con cariño, la entrada en la que me retracto.
En La historia chica he escrito sobre las diferencias etimológicas y sociales que dan lugar a una cierta división en la historia de cómo percibimos la artesanía y su cercanía (o no) con el arte:
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Me ha gusta mucho esta entrega, Lara. Muchas gracias por poner orden y palabras a muchos de mis pensamientos.