En algún momento de los 90, durante mi tierna infancia, se decidió participar en mi colegio en una iniciativa que llevaba el periódico regional para publicar textos de alumnos. Tengo pocos recuerdos del proceso, pero sé que nos pidieron escribir un par de textos de prueba a cada uno. La idea era que publicarían los mejores, a sabiendas de que muchos alumnos no verían el suyo impreso, ya que no había más que una doble página a rellenar. Si recuerdo esto es porque los dos que envié pasaron el corte. No sé cómo de excepcional era esto, pero en esa ocasión fui la única que tuvo ambos textos impresos. Lo recuerdo precisamente porque mi profesora me lo comentó, muy contenta, pero no penséis que esa página acabó en la nevera de casa. Recuerdo ver el periódico en clase, decir poco más que "ah, qué bien" y ya está. No teníamos Internet y dudo mucho que esto acabara en la hemeroteca de prensa, así que tendremos que confiar en que eran buenos para una cría.
Era buena en lengua, lo era en la mayoría de las asignaturas (exceptuando educación física para cumplir con el estereotipo), pero creo que no destacaba en lengua porque sí lo hacía en dibujo, algo que, parece ser, era menos común. Sin embargo, después de unos primeros años intensos de autoaprendizaje de anatomía y perspectiva, tampoco dediqué tanto tiempo al arte. A día de hoy sigue siendo algo que cojo esporádicamente, tengo más ideas de las que realizo porque el cerebro me pide estar en un estado mental muy concreto para dibujar.
Sin embargo, la pulsión de la escritura ha sido más constante. No entendía muy bien el concepto de los diarios cuando era niña, aunque tuve varios, porque era el regalo comodín para una chica por aquel entonces. Pero al llegar Internet a casa se me abrió una posibilidad, los blogs permitían escribir, sin que fuera un "querido diario" y sin que fuera una redacción escolar sobre un tema que te daba bastante igual. El primer blog lo creé alrededor de 2003, con 15 años, en la extinta Ya.com. Había partes de mi vida personal, pero también mucho sobre cosas que leía o cosas que me llamaban la atención. Han pasado muchas páginas como esa por aquí desde entonces: Blogspot, WordPress, muchos y fructíferos años en Livejournal, un Medium y ahora este Substack.
Durante la adolescencia me recomendaron estudiar periodismo, filología, bellas artes y teatro. Mi cabeza racional lo rechazó todo, a pesar de que, como veis, era lo que tenía más sentido. Ya hace tiempo que me di cuenta de que no tengo tanto que contar, o más bien, que de las cosas que más sé no hay tanto que decir, en parte porque ni a mí me interesan. Es el fruto de una carrera profesional un tanto errática y sobrevenida (aunque en lo práctico me guste). Soy muchísimo mejor lectora y mejor oyente, pero sigo teniendo ese gusto por contar cosas. Prueba de ello es todas las veces que busco conectar con otros, sabiendo que mi energía social es limitada, y que donde más estoy en paz es sola en casa.
Es por todo esto que medito más que a menudo sobre las redes sociales, o más bien sobre el estado (un tanto decrépito) en que se encuentran. La forma en que me comunico es larga, no es de imagen, no soy carne de Instagram, aunque lo tenga, y mucho menos de TikTok. Supongo que sí soy carne de español que se cree lo suficientemente guay como para tener un podcast. Por suerte para vosotros, un podcast requiere de una capacidad de venta que ni tengo ni creo ser capaz de desarrollar. Así que aquí seguimos, en lo de los blogs, en 2003. Por todo esto, la posible desaparición de la única red social en la que he invertido tiempo (twitter), tampoco me quita demasiado el sueño. Porque es a través de la newsletter donde yo me comunico más a gusto, donde me puedo explayar y donde el que entra lo hace a sabiendas de que no hay 280 caracteres sino 9 páginas en la app de notas del móvil. Aquí es donde la Lara informívora vive en su plenitud.
Informívoro hace relación a los seres (especialmente superiores, pero es aplicable a muchos animales) que, no sólo reaccionan al mundo que le rodean gastando energía en los procesos, sino que también buscan información y estímulos hacia los que reaccionar. Gran parte de nuestra energía se gasta en filtrar y procesar la información que nos rodea, pero lejos de intentar que esta sea poca, nos dedicamos a buscar más. El hombre en esto peca de gula, somos muy hábiles en este proceso, y además queremos más, porque la parte física (los movimientos del cuerpo) no necesita de tanta energía en nuestro cerebro. El término viene de George Armitage Miller, psicólogo interesado en los procesos cognitivos detrás del lenguaje y del procesamiento de la información, y lo encuentro mientras leo el libro 'Trabajo' de James Suzman. En palabras de este último: "Así, cuando dormimos, soñamos; cuando estamos despiertos, buscamos constantemente estímulos e implicación; y cuando se nos priva de información, sufrimos".
Todo esto encaja con algo que rumiaba para mí sobre los recientes cambios en Twitter, Substack y, en general, muchos servicios en Internet. Hablamos de redes sociales y no tengo muy claro que 'social' sea la palabra. Tenemos conexiones, conocemos a personas, hacemos amigos, e incluso encontramos pareja. Pero la grandísima mayoría es información, no en un sentido de actualidad, sino en ese sentido que indica Miller. Las redes sociales no están para que seamos sociables, aunque ayuden, están para nutrir a nuestro cerebro de ese estímulo informativo que haga que gastemos unos niveles óptimos de energía acordes con nuestro cerebro.
Tengo 35 años, no sé qué va a pasar con las redes y empieza a importarme poco por todo esto que cuento. Sí me pregunto si, después de 20 años teniendo blogs, estoy más cerca de ser alguien interesante a quien leer. Honestamente no lo creo, hay muchísimas cosas que no sé, realmente no soy experta en casi nada y siempre he tenido un poco de prejuicio sobre aquellos que comunican bien pero no tienen nada qué decir. He tenido en el pasado a alguien que, con muy buena intención, decía algo similar sobre mí. Consideraba esa persona que yo sería "mucho más interesante" si identificara algunas cosas que me gustaran mucho y me hiciera experta en ellas, a fin de tener mejor comunicación con los demás.
Con los años he aprendido que comunicar no es lo mismo que informar y que no puedo ser tan estricta en ese prejuicio. Sobre todo porque, como ya sabéis, me gusta tantas cosas que sería incapaz de encontrar "mi tema". La duda siempre está en si tiene mucho sentido que yo vaya teniendo blogs, y si en algún momento algun blog de estos mutará en otra cosa. Pero mientras la duda se mantiene, mi parte informívora va por inercia rellenando páginas. La respuesta a esa duda sigo sin tenerla, no está en este post, y el post en si mismo puede crear más confusión que otra cosa. Pero, en definitiva, mientras las redes cambian, mutan, mueren, mientras mi duda constante se mantiene, supongo que si este cerebro sin sentido os entretiene 10 minutos cada semana, tampoco está tan mal. El blog y la pulsión siguen por aquí. Feliz 2003.