Un martes cualquiera (74): Gente que no lee
Y como se nos ha ido la cabeza con lo del fomento de la lectura
Una de las cuestiones de tener educado al algoritmo en intereses muy concretos es que, a veces, a falta de algo novedoso que traerte, te sugiere artículos de hace semanas o meses. Es lo que ha pasado estos días, con uno que lleva abierto en una pestaña a la espera de tener tiempo para leerlo. Tiempo y ganas, porque el titular me hacía intuir que os iba a acabar hablando sobre esto. Esto: no creo que todo el mundo tenga que leer, ni creo que los que lo hacen tengan que hacerlo con frecuencia y regularidad. Lo que podría parecer un típico tuit de esos que empiezan con «Unpopular opinion», ni siquiera creo que deba ser una opinión polémica. Que me gusta mucho leer es algo que ya sabéis si lleváis un tiempo por aquí, así que no hace falta que me justifique con lo que acabo de escribir, ni que diga cuales son, en mi opinión, todas las ventajas de la lectura.
Me gustan y apoyo las iniciativas de fomento de la lectura y creo que, hasta cierto punto, cuando tienes una newsletter en la que escribes sobre convertirte en lectora o en la que recomiendas libros más o menos personales es lo que estás haciendo. Vengo de clase media baja y si leo es, probablemente, gracias a mis profesores, a mis compañeros de clase con familias con más recursos y bagaje cultural y a que, en algún momento, alguien hizo lo propio con mi madre. De ella heredé el fomento por la música, aunque de este no se hable, en casa había una colección de vinilos incluso cuando ya no quedaba dónde escucharlos y todas las mañanas, sin excepción, se escuchaba funk, disco y soul. Incluso si mi madre no hubiera leído, no habría considerado ese hogar como inculto. Podemos probarlo en un karaoke.
Hay casas en las que el cine es fundamental, no lo era la mía, pero sí la de uno de mis mejores amigos de la infancia que tiene, aún hoy, una colección de DVDs que nada tiene que envidiar a la de algunos expertos en la materia. Si empecé a ir al cine fue con él y teníamos citas ineludibles cada vez que algún director fetiche estrenaba película. Ahí estuvo mi fomento del cine. Pienso más en ver cine que lo que lo hago y leo artículos sobre cine y escucho podcasts sobre cine, pero, si vinieran a hacerme una encuesta sobre mis hábitos cinéfilos, suspendería sin ninguna duda. Si bien se analiza la afluencia de público a los cines y, por pura inercia e interés monetario, las visualizaciones de películas en las diferentes plataformas, tampoco veo el mismo ímpetu que con el fomento de la lectura. Ni la misma toxicidad, no se me consideraría inculta, creo, por la cantidad de cine que no veo.
La clave es que no creo que la condescendencia lleve a ninguna parte. Ni en la lectura ni en cualquier otro ámbito cultural. En el artículo, que finalmente leí ayer y que refleja los resultados del Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España de 2023, se puede leer la siguiente afirmación: «Aún hay un tozudo tercio de españoles que jamás abre un libro». Tozudo. Y, es más, al final de un párrafo aparece esta perla: «intuye que ese mismo tercio de españoles "jamás entra en una biblioteca, pisa un museo o entra en una galería de arte"». Esto, queridos míos, es clasismo del bueno. Esto es considerar que aquellos que no leen son incultos que no realizan ninguna actividad cultural más, y también una visión tradicional sesgada de lo qué es o no es cultura. Es obvio que si no lees rara vez te van a ver por una biblioteca, pero dudo que eso te haga incapaz de apreciar un cuadro. Por otra parte, hay una cantidad nada desdeñable de personas que va a un museo solo por cumplir con la lista de 10 sitios qué ver en esta ciudad. ¿Son más cultas estas personas?
He trabajado durante años en un sector en el que acaban muchas personas de clase alta y sí, obviamente, hay un conocimiento en cultura mayor que en otras clases. Había un club de lectura en la página interna de la empresa, algo que sé que existe en muchas multinacionales, y tres compañeros de mi departamento tenían una especie de club que había nacido casi de forma natural al ver la cantidad de libros que eran capaces de leer en su escaso tiempo libre. Pero también existe la otra cara. Un compañero, de buenos apellidos y aún mejores contactos, me dijo, apesadumbrado, un día: «Te sorprendería saber la cantidad de personas que van a heredar este país y no han abierto un libro en su vida». Por placer, se entiende. Ahora encajemos esto donde quepa en la típica concepción clasista de la sociedad.
Si pensamos en leer como en un hábito cultural, hay que aceptar que la cultura se puede disfrutar de otras maneras. Si pensamos en ello como algo educativo, lo mismo, tenemos documentales, cine, podcasts y otros formatos con los que aprender. Y si pensamos en ello como una afición, diría que es una de las más extendidas, deberíamos estar contentos. En cualquiera de los casos, y mirando los resultados del barómetro. ¿Dónde dejan estos porcentajes el fomento de la lectura? Pues, por suerte, donde ya está. Hay que fomentarla en niños, a través de escuelas, bibliotecas y librerías, porque no podemos contar con que adquieran ese hábito en casa. Hay que fomentarla en adultos en entornos de vulnerabilidad social o en personas en situaciones complejas como puede ser una cárcel. Existen maravillosas iniciativas al respecto que, quizá, merezcan otro texto. Pero una cosa es fomentar y otra aleccionar.
A los que leemos y de alguna manera estamos relacionados con el mundo editorial o cultural y/o querríamos desarrollarnos en este sector nos encantaría que todos leyéramos. Habría más oportunidades de sacar libros de temáticas con público minoritario, más oportunidades de ver traducciones de obras interesantes que ahora no nos llegan, más oportunidades laborales, claro está, y más oportunidades de conectar con otros lectores como nosotros. Pero hay que entender que el fomento no va a conseguir resultados completos y que, una vez intentado, habrá personas a las que, simplemente, siga sin gustarles leer. No creo que ese hecho les haga peores, ni creo que signifique automáticamente que no tienen ningún tipo de cultura. Asumir lo contrario y quejarse desde una posición clasista demuestra muy poca empatía y cariño por el ser humano.
El clasismo lo conozco bien, se huele a kilómetros y se basa en una serie de prejuicios que dicen más del que lo ejerce que de la persona en posición inferior. De mí conocéis la Lara que escribe esta newsletter, que se acerca bastante a la real que vive en mi cabeza. La de la vida laboral es secretaria con bastante poco interés en vestirse a la moda, generar relaciones con gente cool y con menos interés aun en aparentar pertenencia a un estatus más elevado. Que no os quepa duda: en todos mis trabajos hay quien ha pensado que me dedico a esto porque soy tonta y/o no tengo las capacidades para algo más elevado, soy inculta y, por supuesto, no leo. A veces he jugado con ese estereotipo, porque existe una inteligencia que te hace utilizar los prejuicios a tu favor, y porque no se cumple, ni en mi caso ni en el de muchos otros. Pero habrá quien no sea capaz o no quiera jugar a este juego. A esas personas lo último que puedes decirles, aunque sea de forma velada, que son unos incultos por no abrir un libro.
Los que, como este buen señor del artículo, hacen semejantes afirmaciones suelen denostar también a los autores superventas por el hecho de serlos, porque quieren que todo el mundo compre libros, pero lo mainstream les disgusta. Pero estos autores consiguen que personas que no suelen leer lo hagan, al menos, con sus libros. Son también más propensos, por pura capacidad económica, a regalar ejemplares a aquellos que no puedan permitírselo, o a donar o a participar en campañas serias de fomento de la lectura. Cuando ves estas acciones por parte de escritores te preguntas quién está de verdad fomentando la lectura y quién está ejerciendo un poder ridículo y pegándose un tiro en el pie con lo que supuestamente pretendes conseguir. Lo único que puedo decir es que, si alguien ha intentado leer y no le gusta, llega un momento en que hay que dejarlo estar. Con suerte vive la cultura de otra manera, y si no, no estamos en posición de juzgar. No juzguéis, queridos. Está feo y os hacéis malasangre.
Muy buena reflexión, Lara. Tengo un amigo que sabe mucho de historia, geografía y política. Siempre está al tanto y argumentando con lucidez sobre lo que ocurre en distintas partes. "¿Qué lees?", le pregunté un día. "Veo harto YouTube", me dijo. Como bien escribes, "Hay que aceptar que la cultura se puede disfrutar de otras maneras."
He de decirte que, no sé por qué, te he leído enfadada y hasta me ha gustado. Dicho esto, tu reflexión es más que compartida.
Se tiende a equiparar leer con cultura cuando lo que te abre las puertas a la cultura es la alfabetización, no la lectura. Creo que la clave para adquirir conocimientos, habilidades interpersonales, experiencia y el saber vivir y convivir reside en la alfabetización —entendida como medio de identificación, comprensión, interpretación, creación y comunicación en el mundo—.
Posibilitemos a las personas adquirir la alfabetización y dejemos que decidan cómo enriquecerse y desarrollarse en la vida (libros, películas, documentales, arte, música, moda, deporte, etc.), sería mi mensaje a las personas que sentencia como el artículo que mencionas.
Gracias, Lara.