Un martes cualquiera (70): Neurodivergencia en el museo
Museos y/o experiencias que cuidan mi cerebro y mi salud
Tengo una relación complicada con los museos. La base es de amor al arte y al conocimiento y, en ese sentido, siempre me van a parecer uno de los sitios más maravillosos a los que poder ir, pero en los museos hay gente. Sería ridículo meterme en cuestiones sobre el aforo y sobre la preferencia por los beneficios económicos por encima de todo, porque no soy conocedora de la materia y los divulgadores de arte ya lo hacen muy bien. No obstante, para los que tenemos algunos problemas con las grandes masas y/o con cómo se puede comportar el ser humano cuando forma parte de ellas, los museos pueden ser un arma de doble filo. En aquellos más grandes la saturación sensorial del arte se ve envuelta por saturación de sonidos, por incapacidad de caminar a un paso normal y por la necesidad de esperar unos minutos a que bajen cuatro o cinco móviles para poder observar una obra.
No os extrañará si os digo que siempre que sale la noticia de alguna exposición temporal superinteresante yo doy todos los pasos preparativos: miro en qué museo está, las fechas, los horarios, los precios. Y al final nunca voy. O si lo hago es en el último momento, cuando todos aquellos con ansia de fotografiar cada una de las obras para poder decir en redes que ellos ya han tenido la oportunidad de ir (¡los pioneros!) y que vosotros también deberíais hacerlo. O cuando todos los guías de grupos cerrados ya han rentabilizado la visita y la exposición ha dejado de estar de moda. Se puede, sin duda, ir a museos y exposiciones teniendo tan poca gana por encontrarse con el ser humano manada, pero hay que prepararse un poquito y echarle ganas.
Y, sin embargo, en una semana he visitado tres museos alcanzando un extraño récord personal que no existía fuera de algún viaje largo de verano. Muy bien, yo. Os escribía la semana pasada desde Barcelona, lo hago un par de veces al año, y allí no me considero turista, porque no viajo con esa finalidad. Siempre he tenido, por culpa de la parte buena de internet, grandes amigos que viven allí y fue, de hecho, la primera ciudad que visité en la península cuando aún no sabía que acabaría viviendo fuera de Canarias. En estos dos años hemos creado una tradición por la que pasamos varios fines de semana allí unos amigos que vivimos en diferentes ciudades. Es cierto que podría ser cualquier otra ciudad, porque la finalidad de esos fines de semana es comer, beber y hablar de la vida, pero me da mucho gusto que sea Barcelona.
No hacemos grandes planes allí fuera de esto, pero esta vez visitamos dos museos muy diferentes, dejando de lado nuestro pequeño TEA colectivo (esto es, en parte, una broma, pero existen razones neurológicas que hacen que seamos un grupo cercano). Había escuchado, por culpa de un podcast, varios especiales sobre Alien y descubrí que en Barcelona existe un museo sobre todo el universo de la saga, aunque supongo que podríais llamarlo exposición permanente, según vuestro uso de la palabra museo. Yo no soy tan aficionada de este universo en concreto, pero sí muy fan de la ciencia ficción y de todo lo que supone una réplica de película o memorabilias en general. Y sabía que a Teresa le iba a encantar así que allí que nos fuimos. No sé si Luis, el alma del museo, es consciente de ello, pero ha creado un lugar en el que una mente neurodivergente puede estar en estimulada y en paz. Los grupos son reducidos, nosotros éramos cuatro, y la mayor parte del museo es interactiva: puedes tocar, trastear, andar, desandar y aquellos objetos que son frágiles están perfectamente señalados. Nos contó que se muda a un local más grande, así que creo que en alguno de esos fines de semana futuros acabaremos repitiendo.
Y entonces Teresa, con quien comparto más de un gusto estético, nos contó que había en el MEAM una exposición temporal1 de Mark Tennant, a quien llevo siguiendo años por Instagram, así que allá que nos fuimos. Tienen los museos de arte moderno algo que, si bien es una desgracia para ellos, es una bendición para las personas como yo. Sigue habiendo mucho rechazo a lo moderno en el mundo del arte, así que el público suele ser más reducido y la experiencia bastante menos estresante. El museo no estaba vacío, ni mucho menos, pero para ser una mañana de domingo en Barcelona, la experiencia fue muy tranquila. Se exponían muchos cuadros de Tennant que no había visto antes calmando mis pensamientos perezosos sobre el ver una exposición con demasiadas obras ya conocidas. También pudimos ver la otra exposición temporal en estos momentos (la de Luis y Rómulo Royo) y la colección permanente del museo. Esta ha sido la única visita de esas tres que ha sido más tradicional en el sentido de deambular y mirar en silencio, y, sorprendentemente, la que menos me cautivó. Resulta que me gusta que me cuenten cosas, incluso con la saturación alrededor.
Y aquí llega la prueba de fuego, ya de vuelta en Madrid, el Reina Sofía. Ya había ido varias veces, para exposiciones temporales y para la permanente, pero esta vez lo hice, también en grupo reducido, de la mano de Eva, una de las mediadoras culturales que prestan sus servicios al museo2. Un museo tan grande me suele generar cierto nerviosismo, así que ahí estaba yo, tangle en mano, que no había necesitado en las otras dos exposiciones previas, y aún así, ir guiada por alguien con un tono de voz cercano, capaz de captar tu atención mientras presta atención a su alrededor para encontrar lugares tranquilos o saber por que sala ir en función de los grupos da paz a este cerebro. Aprendí mucho sobre figuras escondidas en el mundo del arte de principios de siglo y, si por mí fuera, me habría quedado otra hora más.
No he elegido ninguna de estas visitas con la neurodivergencia en mente, y dos de ellas ni siquiera las propuse yo, pero es cierto que, de forma inconsciente (o consciente ahora que lo he puesto por escrito), una acaba aprendiendo qué funciona o qué no funciona, incluso si hay que sacrificar un poco de arte por el camino. No podré ir a ver El jardín de las delicias todo lo que me gustaría, pero hay opciones para mí que no acaben en un agotamiento mental y eso es lo que he comprobado estos días. Celebremos.
Si os viene mejor Madrid, tendrá obra expuesta durante los cuatro días de Arco en marzo.
Si leéis algo de prensa cultural os habréis enterado de que el equipo de 19 personas que forma parte de la mediación del Reina Sofía va camino de un ERTE por culpa de errores en el pliego. Si queréis leer un poco sobre el tema y/o considerar apoyarles de alguna manera, este artículo me ha parecido bueno.