Un martes cualquiera (123): Un día analógico
Sobre la calma como moneda de cambio y virtud
Quien no viva en España y Portugal puede que no sepa que hace casi dos semanas hubo un apagón general que duró buena parte de un día o más en algunas zonas. Como esta newsletter escapa, en general, de la actualidad, no he querido escribir sobre ello, sobre todo teniendo en cuenta que para mis circunstancias personales no fue tan significativo. Pero hay algo de ese día que resuena mucho con no pocas de las entradas que he ido escribiendo por aquí, excepto que de una manera algo preocupante. Hay varias cosas que tengo en claro y que puedo enlazar a la respuesta de parte de la población: estamos sobreestimulados, la moneda de cambio actual es la atención, el ser humano evita las decisiones y nuestras jornadas laborales no están adaptadas a la vida actual.
Como mi algoritmo me conoce, cada cierto tiempo me alimenta con epifanías de personas desconocidas respecto de la adicción que tienen a las redes y del chute de dopamina que les genera una estimulación excesiva. Una de esas epifanías surgía ayer, de una chica norteamericana, que contaba cómo solo veía ya películas rodadas antes del año 2000 ya que tienen un ritmo más pausado, menos cortes, escenas visualmente «más suaves» y formas de narrar las historias más lineales. Alguien le respondía que había aprendido en sus clases de cine que la culpa venía de Matrix, película en la que, aparentemente, se redujo el tiempo medio que duraba cada plano y que influenció a películas posteriores. No tengo nada claro si todo esto es cierto, y estaba encontrado respuestas contrarias a la primera afirmación dosmilera cuando me encontré con otra epifanía.
Una autora dibujante en esta misma plataforma, de nuevo en inglés, abre un sistema para usuarios de pago que ha llamado «día analógico». Su idea es que, cada mes exista un día, o al menos unas horas, en las que sus lectores puedan alejarse de las notificaciones para seguir una serie de ideas de dibujo que ella proporciona y puedan invertir esas horas en crear un libro de bocetos. Se une a los que organizan viajes analógicos y otras experiencias analógicas, y que han visto que hay una cierta parte de la población mundial que está cansada de que jueguen con su atención, pero aún así necesitan una guía.
La cuestión es si creemos de verdad que esa guía es necesaria o es, nuevamente, la gente con un cierto poder adquisitivo presumiendo de poder permitírselo. Y me temo que ambas son ciertas. Si algo hemos aprendido es que el ser humano es gregario y que salirse de los márgenes de lo que dicta la sociedad en cada momento es, siempre, una decisión arriesgada propia de artistas, inadaptados y gente de mal vivir. A los primeros se les suele «permitir» una vez que la sociedad puede conseguir algo de ellos, el resto están sentenciados. Pero volvamos a lo gregario, ¿qué tienen en común la iniciativa del dibujo, de las películas y el apagón? El grupo, la declaración en público y la falta de decisión real.
Estoy segura de que nadie de los que habló de las virtudes de desconectar de las notificaciones y del móvil durante el apagón ha seguido tomándose su tiempo fuera de todo esto. Estoy más segura aún de que, aunque solo han pasado dos semanas, ya piensan en ello de una forma casi nostálgica como algo que no puede volver a suceder cualquier otro día. Y sabéis perfectamente por qué es. Es sencillo unirte a un movimiento antiprisa y en defensa de lo cercano y real cuando todos tus amigos están como tú. Es sencillo hablar de lo terrible que son las redes, el internet y los móviles cuando bajas a la calle y todos se han congregado en el bar. Lo difícil es hacerlo un martes cualquiera en el que tus amigos están subiendo stories. Esa sí es una decisión real que requiere esfuerzo.
Sucede lo mismo con lo de las películas y lo del boceto de dibujo, en ambas propuestas hay personas que confirman que van a hacerlo y, ojo, puede que lo intenten. Pero la propia premisa está errada y parte de decisiones fáciles. Los que reciben ideas de dibujo no tienen que pensar las suyas propias para que en esas horas analógicas no tengan que enfrentarse a decidir sobre una hoja en blanco (el horror para cualquier creativo). Los que han decidido que hay que ver películas de antes de los 2000 no están invirtiendo tiempo en buscar cine actual que pueda encajar con ese interés porque hacer eso implica tomar la decisión consciente de buscar algo aparte de la película que todos dicen que debes ver esta semana. Y porque ver esas películas pre2000 da una sensación de nostalgia que también es adictiva. Alguien en los comentarios pone una lista de sus 15 favoritas y os aseguro que si tenéis entre 35 y 40 años adivináis la mitad.
¿A dónde va todo esto? A que, incluso en un protomovimiento como es el de vivir con más calma, la mayor parte de la gente necesita que otros lo hagan primero y, sobre todo, que les digan cómo hacerlo. Lo puedo entender, no todo es crítica. La historia nos ha enseñado que salirse del grupo es terrible y da mucho frío. La ilusión de que tomamos muchas decisiones a lo largo del día también ayuda a que tengamos una idea de control sobre nuestras vidas que no creo que sea tan real. Mi sensación es la de que solo tomamos un puñado de decisiones importantes en nuestra edad adulta. Salirse de las notificaciones y asomarse al mundo solo cuando nos apetece y de forma muy espaciada sin temor a perderse algo es, de forma rotunda, una de ellas. Es quedarte en casa leyendo cuando tus amigos han bajado al parque con los patines y no saber si se ha dado la mejor conversación ese día, incluso cuando sabes que probablemente no.
Es por todo esto que yo, que vivo a muy poquitas revoluciones y paso mucho tiempo sola con mis aficiones solitarias, que debería estar feliz de que el mundo comience a ver lo nocivo de que hayamos vendido nuestra atención, estoy más bien triste con que se haya convertido, una vez más, en una moneda de cambio y en un pin de demostración de virtud. Me repito, pero era esperable, ya que la mayoría no siente en realidad que tenga que escaparse de la prisa, pero la «gente cool» lo está haciendo. A los que lo hacéis, como yo, por pura necesidad1, un abrazo y un brindis de café.
En La historia chica publiqué ayer un texto sobre código y programación y como esto está muy relacionado con los patrones para tejer, todo salpimentado del trabajo silencioso de las mujeres.
No os miento si os digo que llevo semanas de muchas cosas y dedico mucho tiempo libre a dormir, tejer y escuchar podcasts repetidos. A veces ocurre.
Precisamente ayer hablábamos de esto con unos amigos, y uno comentaba si no recordamos que, cuando éramos pequeños, la luz se iba mucho más a menudo. Y cómo todo el mundo tenía velas o linternas en casa para eso, y que incluso había sido excusa para no llevar los deberes hechos al día siguiente. Y en cambio ahora, fue un único día, y era el fin del mundo, la desconexión pasa a ser algo extraordinario. Pero, como dices, es interesante ver cómo esta gente cool, que para mi acaban siendo un poco como extensiones voluntarias o involuntarias del capitalismo, se apoderan de algo para explotarlo dentro de ese sistema. Pasa con el slow food, el mindfulness... es bienintencionado, pero acaba siendo convertir algo en tendencia e instrumentalizarlo. Al final, lo que a mí me resulta más interesante es lo que queda al margen de esa vorágine, no por esnobismo, sino porque aún no se haya visto atacado por esa instrumentalización. Pueden ser las películas que abogan por un ritmo pausado y que, como dices, se siguen haciendo, o la música, o cualquier forma de arte que requiera un poco de silencio. Y entiendo cómo eso puede dar hasta cierto vértigo, es un "mono" de sobreestimulación en el que hasta la propia calma o el silencio pueden estresar y dar ansiedad. Aunque yo mismo creo que estoy acostumbrado a estar un poco fuera del grupo, porque me siento cómodo allí, no puedo evitar ser víctima también de esta sobreestimulación.