Una de las cosas que nunca he tenido claras es mi color favorito, ni siquiera en la época que, como niña, los adultos te preguntan incesantemente para conseguir dar con un regalo apropiado o para entablar conversación. Comencé diciendo que era el azul, casi simplemente porque tenía que decir algo y, como niña que acabó siendo adolescente alternativa, estaba en contra de la mera existencia del rosa. De adolescente empecé a decir que era el amarillo, este con un poco más de razón de ser, puesto que me gustaba de verdad, así que asumí que eso debía significar «favorito». Para cuando llegó la veintena lo había dado por imposible y ya casi nadie preguntaba, por lo que en las pocas veces que hablaba de ello decía, de forma muy resumida, que no tenía un color favorito, pero me gustaban mucho los tonos que asociamos a lo «natural»: amarillos, verdes, color tierra.
La gracia de esta última afirmación que es, siendo la que se mantiene a día de hoy, no soy yo una persona de campo, ni siquiera de playa así que no me pega, por así decirlo. Ha existido siempre, porque la teoría del color y los seres humanos somos así, una cierta tendencia a que las cosas que nos gustan tengan algo que ver con nuestro aspecto exterior (o, más bien, a que nuestro aspecto debe reflejar nuestra personalidad) y, por ejemplo, podríais decir que los colores tierra me pegan si yo tuviera una actitud más new age ante la vida. Pero una es capitalina de provincias y supercapitalina de adopción, dadme asfalto y edificios. En algún momento, hace años, comencé a darme cuenta de que un color que adoro es un color bastante denostado por mucha gente, que lo asocia a las ciudades, aunque, claro está, también pertenece a la naturaleza: el color gris.
Diría que una percepción habitual en contra del gris es que existe por descarte, porque no queda más remedio a que exista algo entre blanco y negro y, por lo tanto, es un color impuro. El gris se asocia a lo aburrido, a lo insulso, y a la gente que no tiene ganas de vivir. Se asocia también a las ciudades, las fábricas y sitios sucios y ruidosos. Se asocia al espacio, pero también a lo distópico. Y a mí me encanta. Entiendo que se asocie a la ciudad, o más bien a cierta arquitectura, pero es que a mí me fascina la arquitectura. En algún momento algún adulto intentó que la estudiara, pero lo cierto es que lo que me gusta de la arquitectura es poder observar su belleza y no tengo especial interés en ser parte de su formación.

Como os podréis estar imaginando, sí, adoro el brutalismo y el gris del hormigón y de alguna manera me resulta muy acogedor. Sé que esto es casi lo contrario de su pretensión, pero sí creo que, debido a su desnudez, su minimalismo, y sus líneas consecuentes, tiene un gran poder calmante. Y esa calma que me transmite se asocia al color una vez me alejo de un edificio, así que no es extraño verme con blusas y jerséis en diferentes tonalidades de ese viaje entre blanco y negro. Podría decir que el amor por el gris surgió con el brutalismo o viceversa, pero no sé en qué momento supe de su existencia y tampoco en qué momento me di cuenta de que me gustaba la arquitectura.
Sí puedo decir que la arquitectura y el urbanismo son y han sido fuente de inspiración desde que hago cualquier cosa que tenga una intención realmente creativa. En mi primer año de moda uno de los proyectos era realizar una chaqueta en la que se debía detallar por escrito cuál era la inspiración y cómo la había reflejado en la pieza final. Mi chaqueta era, obviamente, de color gris, con cuello Mao y dos piezas insertas en la cintura que se cosían a modo de patchwork. Estas piezas contenían muchas pequeñas piezas angulares de tela cosidas a mano y que representaban el plano urbano de Tokio a vista de pájaro: gris, serpenteante y caótico. A Tokio viajé por primera vez con 19 años, solo dos años antes de esa chaqueta, así que quizá el amor por lo gris surgió ahí (el de los mapas ya venía de lejos). La chaqueta está perdida en algún lugar de Las Palmas desde hace más de 15 años, pero siempre pienso que debería replicarla y modificarla con mejores tejidos, ahora que me conozco un poco más.
Lo cierto es que, viendo la influencia del brutalismo y de la arquitectura considerada moderna, no creo que haya nada de especial en que me guste el gris. Lo que sí me cuesta ver es ese sentido de aburrido, estar en medio de todos los colores y la ausencia total de color me parece un lugar fantástico para un color. Pero lo cierto es que los significados de los colores son algo meramente arbitrario y social. Si en un país como España, o en general en nuestro idioma, buscas por los significados de los colores te puedes encontrar que el gris representa experiencia, sabiduría, equilibrio y moderación. Son cualidades muy bonitas, pero también totalmente aleatorias y sirven poco más, que para los organizadores de bodas y los estudiantes de artes aplicadas. Como fui de estas últimas supongo que le he dado más vueltas a lo que me gusta un color de las que son necesarias.
Nací y crecí en una ciudad que tiene un centro histórico de carácter colonial (pensad en La Habana con algo menos de color) y muchas ampliaciones con la arquitectura de andar por casa de los 70 y 80. Ahora que he vivido en Tokio y que vivo en Madrid puedo calmar mi ansia de gris y hablaros del edificio Princesa y de las Torres Blancas1 hasta aburrir. Como corro riesgo de empezar con estos dos edificios y crear una entrada larga hasta el absurdo, voy a dejarlo aquí porque, simplemente, una entrada para reivindicar un color me parece más que suficiente. Ya lo sabéis, me gusta el gris (y casi todos los demás colores), pero no me regaléis hormigón, que no me es práctico ahora mismo.

En La historia chica he hablado esta semana de la creación de las modas en los últimos siglos y en la actualidad, pero sobre todo en quién crea las tendencias y cómo afecta a las clases sociales:
Que no son grises en realidad y que no tienen el color que debieron tener, pero son lo más bonito que existe.
Me me ha gustado mucho esta entrada. Me encantaría ver tu chaqueta! A mí me gustan mucho los neutros pero también los colores vivos. La arquitectura y la naturaleza... Jaja todo. Así voy, que no me da la vida para todo