«Ayer no hice gran cosa.» Lo habréis dicho mil veces, ¿no? Yo estoy convencida de haberlo dicho al menos una vez por semana desde que soy una mujer «adulta, fuerte e independiente» (meted aquí risas enlatadas). Y esto es lo que os diría si fuera lunes y estuviéramos en la oficina delante del café. ¿Es cierta la frase? Obviamente, no. Y, en realidad, creo que nunca lo es. Al menos para la mayoría de los mortales que, muchas veces, vivimos más en nuestra cabeza que fuera.
Me hablaban hace unos meses de una mujer que tenía la asombrosa capacidad de simplemente estar. De sentarse en un sofá, sin hacer nada, pero también sin pensar nada o en nada concreto, con la mente ausente. Como si estuviera dormida, pero con los ojos bien abiertos. Me lo contaba alguien cercano a ambas con mucha sorpresa, y me hablaba de verlo y de ser incapaz de entenderlo. Él seguía sorprendido después de muchos años, yo igual, pero también un poco envidiosa, no os voy a engañar. Así que os podría decir que ayer no hice gran cosa y que estuve como ella, pero a mí no se me ha dado ese don.
Así que, como os decía, ayer desperté muy pronto, como es habitual en mí y las primeras horas se fueron en café y ovillos de algodón verde. Poco después de las 10 de la mañana decidí que era momento de leer, había retomado un ensayo sobre lenguaje y sectas que me interesaba mucho y que pausé hace un par de meses en un momento de agobio personal, pero no conseguía concentrarme. Había hecho referencia a una broma interna en un grupo y quería ver si se habían reído, si me estaban siguiendo el chiste. Había estado viendo un videopodcast y, aunque mis oídos agradecían el silencio, mi cuerpo pedía más dopamina que la que me daba un libro.
En ese momento tomé esta foto, muy de story de Instagram, que no subí (la realidad es que tomé 7 y solo os enseño una). Digamos que es una concesión conmigo misma, vale, coge el móvil, mira los mensajes, saca la maldita foto, pero vuelve a leer. Haz el esfuerzo. He hablado varias veces del esfuerzo de no estar siempre en redes sociales, de no vivir en el móvil, igual que nuestros padres nos obligaban a no vivir en la tele (y ellos lo hacen ahora). Así que esta es la realidad de un día de «no hacer gran cosa»: en días como ese tengo un gran reto, no perderlo en el scroll infinito. Tejí, pensé en la newsletter, leí mucho (conseguí salir del bloqueo), escuché nuevos-viejos vinilos, vi una de esas películas «antiguas» que Filmin va a eliminar en una semana para que cada vez tengáis menos opciones de hacer un esfuerzo. Diría que lo conseguí, pero menos de lo que me hubiera gustado.
Y pensé en lo de la introversión. Lo hice mucho y lo hago cada vez que decido, de forma plenamente consciente, encerrarme un fin de semana en casa. Hubo una época, varios años, en los que conviví en una relación tóxica con alguien que no concebía el «no hacer nada», el no salir un día, el no tener siempre un plan para cada día. Cuando me mudé sola después de esa relación me prometí que, de los dos días del fin de semana, uno iba a ser siempre para mí. Descubrí bastante rápido que, cuando no tienes presión externa y convives con dos gatos, hacer esto es bastante sencillo. También es más fácil cada vez, a medida que me hago mayor, porque voy desterrando esa vergüenza a decir que he estado en casa el fin de semana, que no he salido, y que no pasa nada. Esta actitud en mi adolescencia me habría venido de perlas, pero son logros que se consiguen con la edad. Y está bien.
Con los años he mantenido esta rutina, habitualmente en domingos después de enviaros estos mails, aunque, con flexibilidad, ya que hay fines de semana que no estoy en casa, otros que hay visita. La vida, ya sabéis. Y a veces me digo: «venga, enciérrate un fin de semana completo, haz cosas, pero para ti. Móntale una fiesta a tu introversión». Y enlazando con lo de los móviles, reconozco que, a veces, la narrativa de los introvertidos en las redes sociales me irrita (y por «a veces» me refiero la mayoría de ellas), porque cae en esa actitud infantil que he comentado alguna vez de querer seguir siendo el chico o la chica diferente del instituto, pero a la vez pretendiendo que les entiendan todo el tiempo. Porque deja de ser una simple característica en algo que debe ser admirado o «normalizado».
Lo de «normalizar» las cosas es un arma de doble filo porque hay que contar con que se pueda conseguir. Tengo para mí que muchos de los que piden «normalizar» lo que les sucede, también disfrutan de ese puntito de originalidad que (creen que) les otorga. Incluso si lo que les ocurre le ocurre también a la mitad de la población. Pero puedo entender que la narrativa general sobre ser feliz estando un día, incluso un fin de semana, en casa sin ver a nadie es negativa cuando, para muchos de nosotros, es precisamente el día en que estamos 100% a gusto. Quiero mucho a mis personas cercanas y disfruto de su compañía, pero parece que es difícil comprender que a veces el plan A de un día es no verlos. Que estar en casa y disfrutar del silencio y la soledad no es un plan B, C o D, sino una elección. Que buena parte de mi salud mental, y de la de otros introvertidos, se basa en tener uno de esos días con cierta frecuencia. Días de ver, leer y escuchar, y ya.
Pienso también en todo esto porque el verano comienza. Mañana es San Juan y, aunque ya no vivo cerca de una playa, este es el día que marca el inicio de la temporada de vacaciones en mi cabeza. El verano comienza con una hoguera. En otras épocas de la vida, como durante aquella relación, ya tendría un superplan montado. En estas soy la persona del «vamos viendo», algún finde aquí y allá, algún plan improvisado de día, algún evento interesante, pero sobre todo muchos días para mí y para los queridos. Suelen ser unos meses muy agradables, a pesar del calor, y no, no tengo la suerte de tener dos meses y medio de vacaciones. Pero sí entro en otro ánimo: la bajada de ritmo en el trabajo, Madrid que se vacía, algunos cercanos que se van de viaje, todo me invita a leer bajo el aire acondicionado. Todo me invita a «no hacer gran cosa».
P.D: Durante estos dos próximos meses la newsletter puede que sea más errática, sin mucha presión autoimpuesta, quizá no os escriba algún domingo, a lo mejor hasta os escribo en un martes y todo. Pero espero que sigáis por ahí, sea desde la playa, sea desde al lado del tocadiscos del salón.
Aunque intento no comentar nunca desde la experiencia propia, en este caso me siento identificado con esa parte introvertida tuya que considera el pasarse un día en casa leyendo, tejiendo o viendo una película como el mejor plan posible. Mi vida, básicamente, consiste en eso, pero con la enorme fortuna de haber encontrado a alguien que comparte esa manera de existir y que ha llegado a ser una compañera de soledad, si es que algo así es posible.
Más allá de eso, pienso que un poquito de introversión puede ayudar a valorar de una forma más certera y coherente las relaciones que entablamos, ya sea con los demás, con nuestro tiempo o con nosotros mismos. Una vida de constante ajetreo puede ayudar a silenciar el ruido interior, pero este va a seguir ahí, por lo que no estaría de más hacerle un poco de casito de vez en cuanto.
Disfruta del verano y las vacaciones y no te olvides del todo de tus ávidos lectores, por favor. Un abrazo.
Yo me he pasado gran parte de mi vida teniendo que justificar mi introversión. Tengo amigas y soy sociable cuando me apetece. Pero la mayoría de los fines de semana prefiero estar en casa sola, o con mi pareja que también es introvertido, o salir a pasear sola o con mi perro. Lo bueno de cumplir años es que te importa menos lo que pienses los demás. Como bien has dicho, los logros que se consiguen con la edad.