Comunicar
Del lat. communicāre.
1. tr. Hacer a una persona partícipe de lo que se tiene.
2. tr. Descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo.
3. tr. Conversar, tratar con alguien de palabra o por escrito. U. t. c. prnl.
En la lengua de signos que se habla en España, el verbo «comunicar» se realiza poniendo las manos en forma de c y realizando movimientos entre la persona que signa y la que «escucha». Es un signo que, si bien se podría usar en un discurso o monólogo, de alguna manera se siente vacío sin identificar al otro. En lengua oral no es tan necesario y, sin embargo, mientras más aprendo sobre idiomas, sobre hablar y sobre las relaciones, me parece extraño que aceptemos «comunicar» sin esa identificación del otro.
Veréis. Una de las razones por las que empecé a escribir hace unas décadas es por mi dificultad para comunicarme en lengua oral con los demás. No es que no conozca las palabras, no es que tenga un vocabulario pobre, sino que es más sencillo poner en orden las ideas por escrito. Cuando tienes varios flujos de pensamiento paralelos es difícil encontrar un hilo conductor con la inmediatez del habla. Pero al escribir uno consigue sacar de la cabeza ese hilo de una forma coherente y con la falta de inmediatez se puede permitir el recolocar, recomponer y eliminar lo innecesario.
Tengo una sensación de que cada vez vivimos más en un estado de saturación semántica donde las palabras empiezan a perder sentido y, aunque esto también puede pasar por escrito, el leer en vez de escuchar hace que las palabras se posen y no huyan. Es fácil ver que el acto de escribir tiene un significado especial para mí, y para todos aquellos que lo hacen con frecuencia, y, en ocasiones, incluso para los que no suelen escribir. Y es por esto que pienso en la comunicación, porque no queremos hablar a la nada, no tiene sentido si no hay alguien al otro lado que reciba el mensaje y, cuando tienes una newsletter, sabes a dónde va a parar eso que has hilado.
Pero me interesa mucho más como dos (o más) personas cercanas se pueden comunicar, con un idioma «propio», un idioma que puede sonar a español, inglés, francés…, pero que está lleno de matices, de experiencias compartidas, de bromas privadas o incluso de significados aparentemente opuestos al «oficial». Me fascina el hecho de que, ante un contexto de cercanía, se decida, de forma involuntaria, que el idioma estándar no es suficiente y que se necesita aún más significado. Uno basado en el cariño y las experiencias compartidas. Uno que demuestra esa bidireccionalidad de la comunicación, que explica que lanzar palabras al aire sirve de poco, pero que la cercanía con otros aporta a una palabra toda una serie de matices que escapan a los demás.
Si comenzaba hablando de lengua de signos es porque su uso minoritario frente a la lengua oral dio pie durante siglos a esa cercanía semántica y a la no estandarización, por lo que las palabras muchas veces tenían significado solo para unos pocos. La razón es terrible, dado que se trataba de un aislamiento social, pero la existencia de las «lenguas de señas caseras» es interesante en sí misma, porque demuestra que estos idiomas compartidos por unos pocos acaban teniendo semejanzas con grupos ajenos a esa «casa». De alguna manera, incluso bajo ese aislamiento, el ser humano consigue generar una estructura en el lenguaje que suena «natural» y que se puede parecer a la de otros idiomas lejanos.
No soy lingüista (hablo desde la pura curiosidad), pero sí tengo una cercanía con el arte, y soy de los que creen que el arte es otra forma de comunicación. Esta creencia no es nada original. La relación entre ambos conceptos es muy antigua y sé que la mayoría de nosotros asumimos que parte de lo que busca un artista es comunicar(se) y que, en ciertos tipos de arte, existe esa necesidad del otro, del que es comunicado. La obviedad del arte escrito (novela, poesía, memorias…) hace que esa «necesidad» del lector sea más evidente, hace que sea más claro que debe haber un lector en alguna parte, alguien que recoja ese mensaje y que complete la obra. Esto no es tan obvio en otras disciplinas artísticas, pero una vez aceptas que el lenguaje no debe ser solo una serie de palabras hiladas, es mucho más fácil de ver.
No termino de tener claro si me gusta o no el hecho de que para algunas disciplinas artísticas sea tan necesario la presencia de otro. Pero, desde un punto de vista del cariño por la lengua y por el ser humano, me gusta que en lugares tan intensos como ese desde el que surje el arte se siga necesitando esa presencia ajena. Me gusta que la comunicación no sea un vacío, me gusta cuando queda claro que, por muy cínico que pueda ser uno (y yo lo soy), tengamos claro que esta es una carretera para dos y que cruzarla en solitario no aporta significado. Me gusta que, sea cuál sea nuestro idioma, sean palabras, signos, o trazos de pincel, todo esto sea relativamente fácil de comprender: de alguna manera, comunicar(nos) es amar(nos).
«Una de las razones por las que empecé a escribir hace unas décadas es por mi dificultad para comunicarme en lengua oral con los demás. No es que no conozca las palabras, no es que tenga un vocabulario pobre, sino que es más sencillo poner en orden las ideas por escrito».
Tú has entrado en mi cabeza sin saber yo cómo y has copiado un pensamiento mío recurrente en tu newsletter…
Que el lenguaje haya superado los "juegos privados" más familiares, siguiendo la terminología de Wittgenstein, y se haya expandido a desconocidos es todo un logro de nuestra especie. El potencial universal del lenguaje para la cooperación es fundamental. Pero en contrapartida se pierde lo que dices, la especificidad y el matiz (que no siempre son relevantes). Y por eso creo que el esperanto nunca triunfó. El tiempo (y con él el avance de la entropía) fragmenta los idiomas y nos dispersa, como en Babel. Basta ver cómo en pequeñas islas del pacífico se hablan dos idiomas. Existe sin embargo un esfuerzo uniformizador vital por retenernos hasta cierto punto unidos, al menos en grupos. Entre la proyección universal de un único lenguaje - semánticamente más saturable, es posible - y el particularismo de la tribu andamos. Gracias por la reflexión.