Ver cine nunca ha sido una experiencia cómoda. No, esto es mentira, empecemos otra vez. Escuchar cine nunca ha sido una experiencia cómoda. Hay una parte de mi vida muy ligada a lo audiovisual, y esto es algo que no me habría esperado hace unos años, porque, si he de ser sincera, con el cine me ha ocurrido lo mismo que con las grandes obras de la literatura. Me gusta la idea de que esté ahí, de que existe un universo enorme por explorar, de tener un área del conocimiento disponible y poco transitado. Pero he «consumido» poco, al menos para la imagen que puedo proyectar por aquí o en redes. Soy cultureta de palo.
Existe, no obstante, una diferencia entre lo de las películas y lo de las palabras escritas, y quien me haya leído lo suficiente lo tendrá claro, que es la del sonido. El leer o no leer un clásico o borrar algún libro de esas listas de «obras que debes leer en la vida» depende únicamente de mi apetencia, no de ninguna limitación física. Pero el cine es otra cuestión. Ver películas en casa, con la plataforma de turno o, así como idea extravagante, en un DVD, está muy ligado a lo de la atención. Así como un libro está concebido para degustarse con calma, thrillers superventas aparte, las películas, en teoría, deben «consumirse» completas y en el acto. Y esto era más sencillo hace unos años.
Tengo, cerca de casa y gracias a vivir en una ciudad grande, varios cines con cartelera interesante y con sesiones en versión original. Tengo un sueldo que me permitiría ir a ellos con frecuencia y un criterio bastante poco exigente, por lo que podría disfrutar de buenas películas casi cada semana. Pero el oído manda. Ir al cine es una experiencia poco agradable en la gran mayoría de ocasiones. Cuando pongo un pie fuera de casa debo hacerlo llevando mis audífonos, y, en teoría, dentro de casa también debería llevarlos. La realidad es que mi necesidad de quietud y silencio hace que esto segundo se cumpla poco. A lo primero me obligo, pero, si pudiera iría por la ciudad sin ellos, y me los pondría solo para lo necesario.
Y aquí viene el cine. En el cine actual, como en otras grandes áreas del entretenimiento o la cultura, lo que se estila es la sobreexcitación del espectador y esto incluye el sonido. Las canciones ya no tienen silencios, ni momentos de calma, y el cine tampoco. Pero cuando hablo de «actual» podemos hablar de las últimas décadas. Ir al cine, en mi caso, es no saber nunca si me van a doler los oídos, o si me voy a tener que quitar los audífonos, pero tener claro que es bastante probable que eso suceda. Sucedió ayer, en la reemisión de una película de hace 30 años, que vi casi completa sin mis oídos de apoyo y con momentos de molestia. Esta ha sido mi experiencia con el cine casi siempre.
No es de extrañar, por esto y por todo lo que ya he escrito en entradas anteriores, que me convirtiera en persona de libros y no de películas. Como el que decide si quiere un gato o un perro. Pero siempre tengo esa sensación de que yo debería haber sido mucho más de cine, o de que, de haber tenido una audición estándar, habría sido mucho más cinéfila de lo que soy. Porque me encanta lo visual y las historias y la capacidad del ser humano para construir un personaje «de la nada». Y todas esas metas internas que me pongo (ir al cine cada x tiempo o ver una cantidad de películas determinada a la semana) son muy bonitas en la teoría, pero poco compatibles con mi realidad, al menos por ahora.
Siento cierta envidia sana de los amantes del cine a mi alrededor (y tengo unos cuantos) y me fascina verles hablar con pasión sobre el cine, sobre películas, sobre escenas, sobre este director que hace eso concreto y esto que hace tal actor. Y siento cierta envidia sana de esa capacidad de poder disfrutar de un arte complejo y completo sin limitaciones. Rara vez pienso en mi problema de oído como una limitación, porque lo tengo muy integrado en mi día a día; tanto que he tardado una cantidad obscena de años en entender que esto es algo que no puedo disfrutar por una limitación sensorial.
No hay moraleja, no hay hoja de ruta, ni conclusión con la que terminar esta entrada. No hay un «voy a ver solo películas antiguas porque son menos estridentes en el sonido» ni un «voy a hacer esto o lo otro para poder ver cine en casa». Lo que hay es un deseo de tener otra clase de experiencia, y un poco una queja, porque a veces la vida va de eso. De decir: «me ocurre esto y no tengo muy claro que sepa solucionarlo». Supongo que será fácil de solucionar en un futuro próximo y no hace mucho probé unos audífonos que quizá ayuden con esto. Pero, os tengo que decir, que ver a señores hablando con amor sobre cine me sigue dando calorcito emocional.
P.D: Gracias a los que os habéis pasado por aquí esta semana que he estado de «vacaciones», ha habido cambios en mi vida y volver a escribir después de una pausa siempre se hace pesado. La cabeza pierde el hábito y los dedos entorpecen, así que saber que hay personas al otro lado ayuda mucho.
A mi también me gustaría ser mucho más cinéfila de lo que he sido y soy. Va pasando el tiempo y tampoco llego cumplir mis objetivos de ver al menos un clásico por semana. A mí lo que me pasa es que odio ver películas sin compañía. Puedo hacer muchísimas cosas como viajar, ir a museos o incluso comer sola en una restaurante; pero me aburre muchísimo ver una película sin alguien con quien comentarla. Y sí, soy de esas personas que habla (un poco) en las películas. No me avergüenzo.
Hasta a mí, que no me gusta especialmente el silencio, me molesta el sonido de muchas películas. No tanto por el rango de volumen, que incluso puedo apreciar, sino por lo innecesariamente altas que están muchas películas.
Un placer tenerte de regreso!