Un martes cualquiera (XXXVIII): El infierno antes que el paraíso
En qué nos fijamos al mirar un cuadro
Nunca he sido turista en mi ciudad. Sería lógico afirmar esto si hubiera nacido aquí, pero me vine hace poco más de una década. Pasé sólo un par de días por aquí antes de venirme sin vuelo de vuelta, así que jamás hice la ruta turística, no le hice foto a la Cibeles, no me senté a admirar la Plaza Mayor desde dentro y no visité los museos. Al menos no al principio. Pasaron unos meses hasta que entré en el Prado por primera vez, por una parte incomprensible al estar ahí mi cuadro favorito, y por otra entendible porque mis primeros sueldos daban para muy poco.
En algún momento de comienzos de 2013 fui a rendirle pleitesía al Bosco. Tengo muy pocas cosas favoritas en la vida, o más bien, no tengo sólo una de cada. Ya comentaba que no tengo color favorito, pero tampoco tengo una gran preferencia en comida, grupos de música, películas, o cualquier otra cosa que se os ocurra. Excepto por la pintura. Mi obsesión con El jardín de las delicias es una obsesión bastante cliché, y en otra época me habría encantado deciros que mi favorito es algo más original, pero la realidad es esta. Podría deciros que me pasaría horas mirándolo y buscando nuevos detalles, pero su situación en el museo no da pie a ello y, vamos a ser realistas, es mi favorito pero como yo tengo cosas favoritas, con calma y a ratos.
Para cuando empecé a escuchar música activamente, dejando de lado la de mis padres y las canciones infantiles, nos encontrábamos a finales de milenio. El pop noventero, un tanto moñas y con sonido metálico era lo que abundaba. Mi primer CD físico fue de Savage Garden, de titulo homónimo. No importa si no los conocéis, tuvieron una vida muy corta, eran muy moñas y yo muy preadolescente. Pero el libreto de este CD estaba plagado de detalles del Jardín de las delicias. Era la época en la que una se sentaba simplemente a escuchar música y leer las letras, así que esos detalles se meterían en mi retina por un buen tiempo.
Lo que me fascinaba eran los bichos raros, seres mitad humanos, mitad peces, animales que podrían ser mitológicos y, sin embargo, no forman parte de la mitología habitual. Supongo que, por esto, yo tampoco le hago mucho caso a la parte del paraíso. Y digo tampoco porque la prensa se ha afanado esta semana en publicar los resultados de un estudio que afirma que la mayoría de la gente se fija más en la parte del tríptico del infierno que en la del paraíso. El estudio lo ha realizado el grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad Miguel Hernández (UHM) de Elche a través de unas gafas de seguimiento ocular. La diferencia es de segundos, así que, como con muchos estudios hay que darle la importancia justa. Pero me gusta porque viene a reiterar algo que nos sucede con el arte y la cultura, y es que nos sentimos más fascinados por lo irreal, lo extraño, lo macabro y hasta cierto punto, lo que se aleja de nuestro día a día. Sé que también existe de lo otro, pero que esa fascinación existe es bastante indudable.
He leído mucho sobre mitología a lo largo de la vida, así como del fenómeno OVNI y de lo que ahora llaman true crime. Pero también leo mucho sobre antropología, y algo que he visto en libros más serios al respecto, una vez nos salimos del clickbait de la prensa, es que, comparado con otros simios, el ser humano no es especialmente violento. Tenemos la capacidad de hacer la guerra y de difundir imágenes crueles y generar inseguridad a grandes magnitudes. Pero, porcentualmente, somos bastante pacíficos, y nuestra creatividad y cooperación nos mantienen cohesionados. Esto es algo que defiende Agustín Fuentes en La chispa creativa, que es mi lectura actual sobre estos temas.
Creo que, precisamente, porque la mayor parte de nosotros no va a tener impulsos extremadamente violentos a lo largo de nuestra vida, nos llama tanto la atención que existan seres que lo hagan de forma habitual, sean asesinos en serie o una raza colonizadora del espacio. Hay quien busca en el arte un realismo o, incluso, hipereealismo, y estamos los que buscamos algo que no refleje lo que ya conocemos. Me extrañaría que a estas alturas empezáramos a pintar cuadros de señores sentados en su cubículo en la empresa de turno. Todo esto lo digo porque me imagino que los que realizaron el estudio en el Prado obtuvieron lo que esperaban obtener. Mi pensamiento como realista-optimista no es el de que nos atraiga el infierno por nuestra naturaleza violenta, sino que lo hace precisamente por su carácter desconocido. Y, si me equivoco, bueno, al menos tenemos el arte.