Nací, crecí y viví mis primeros 24 años de vida en Gran Canaria. Podría escribir largo y tendido sobre la vida insular, sobre vivir y sobre sobrevivir rodeados de agua. Es común escuchar al canario en Madrid hablar de echar de menos el mar en el horizonte aunque no es mi caso, a mí el archipiélago me agobió desde antes de saber qué era el agobio. Lo que no ayudaba en general era ser introvertida en un lugar de humoristas amateur por doquier y ser de gustos minoritarios. Por suerte nací a finales de los 80 y no un par de décadas antes, así que pude ver como el frikismo se iba moviendo entre más gente mientras aún estaba en esa edad en la que lo primero es tener un lugar al que pertenecer.
Cuando tenía 18 o 19 años se celebró el primer salón del manga en la isla. No me gustan los sitios con mucha gente, y estaba lejos de ser muy fan del asunto, pero hablaba un poco de japonés y me gustaba el país, así que tuve claro que si en algún lugar de esa isla iba a estar entre personas afines era ahí. La mayor sorpresa de aquel primer evento fue encontrar a personas de mi entorno y sabernos los unos a los otros como personas que necesitan esos saraos, a la vez agobiantes y pacíficos. Recuerdo con cariño esos salones aunque, para cuando me había mudado a Madrid ya me había descolgado de ellos.
Mi introversión es coqueta, le gusta estar sola pero también saber que hay sitios y eventos a los que asomarse para comprobar que hay muchos más que son parecidos y que no es la única. La sensación de "miradme, soy especial" se quedó en la adolescencia, así que ahora disfruto mucho cuando veo a alguien por la calle que lee un libro que me gusta o cuando en stories de un conocido surge esa canción viejuna que creías que nadie más estaba escuchando ya. Ya no existe esa necesidad adolescente y he abrazado (a lo mejor demasiado) mi introversión, pero siempre me gusta cuando me asomo un poquito al mundo y el mundo está molando muchísimo.
El evento por excelencia al que asomarme cada año es la Feria del libro. Llevo once años en Madrid y ya soy una más de los millones que tenemos esta ciudad por hogar, pero a la feria se suele venir conmigo la adolescente de provincias que flipa de tanta gente y tanto libro y tanta editorial y tanta librería y tanto tanto. Así que ayer, inevitablemente di mi primer paseo por la de este año. Como sólo son tres semanas, guardo el individualismo en el armario y voy tantas veces como pueda. Es una historia de amor estacional.
Hay ferias del libro por todas partes, claro está. De vuelta a donde los primeros 24 años, la feria se celebra en el Parque San Telmo, pero es más bien escueta, más bien institucional, más bien soporífera. Pero la de Madrid es enorme, te da esa posibilidad de pasar de largo de una zona que pueda estar masificada ya que hay tantas cosas que ver que no la echarás en falta.
Y ese es el gran asunto. La feria hay que sufrirla. Se la sufre antes de que se monte, ya que todos los años hay polémica con las editoriales pequeñas y con los espacios asignados. Si estás en este mundo editorial, aunque solo sea (por desgracia) de voyeur como yo, puedes ver los nervios de todos a flor de piel. Y una vez instalada se la sufre por el tiempo, la gente y el entorno. En algún momento sabes que saldrás agotado, sudando, con libros que no conocías en la bolsa y con el que querías sin comprar porque justo estaba en la caseta donde se encontraba firmando un autor best seller.
Ayer daban lluvias y aproveché para ir por la mañana mientras el cielo aguantara. La feria me la tomo en serio, intento ir sola, cargo bien de batería los auriculares, elijo bien qué ponerme y hasta me pinto los labios. No me gusta el concepto de "cita con uno mismo" (esto lo hablamos otro día), pero supongo que mi viaje anual al parque del Retiro es lo que más se le parece. Pensé que iba a sufrir por si llovía, acabó saliendo el sol y con toda la gente que había eché en falta mi abanico. Del calor en la Feria no se puede huir, de la gente tampoco. Volví a casa con tres libros que no sé donde colocar y setenta euros más pobre, y eso que este año no me autoengañé con una lista de la compra. Pero sufrir de gusto no duele mucho, sufrir de feria es buen sufrir.