Un martes cualquiera (XXVIII): La cajita de resonancia
La nueva mujer de la mano en el pecho.
Que muchos de mis pensamientos revolotean alrededor del sonido es algo que ya conocéis. Es casi normal cuando tienes pérdida auditiva y vienes de una familia de músicos. Pero hay algo más que también revolotea, aunque con menos frecuencia y es el sonido de la voz, de la mía concretamente. Estos días me he obsesionado con aprender a hablar con una caja de resonancia distinta de la habitual. Tiendo a hablar con la garganta, como la gran mayoría de los que no vivimos de la voz. Nunca me valgo del diafragma, a pesar de que le vendría muy bien a mis maltrechas y malformadas cuerdas vocales, así que pensé que cambiar de caja de resonancia sería complicado.
Unos breves momentos con alguien que sí sabe de lo de usar la voz me enseñaron algo sorprendente: la mecánica es muy simple. El cuerpo, en sus formas infinitas de hacer que las cosas complicadas parezcan sencillas, redirige la voz al pecho si uno simplemente coloca su mano en el lugar correcto y se concentra en "sacar" la voz desde ahí. El problema, como pasa a menudo, es la costumbre, el seguir hablando así y el hacerlo sin el truquito de la mano. La persona en cuestión que me lo enseñó es de las que, de forma natural, habla bien, es decir, sin tirar de garganta forzada y sin pensarlo. El resto vamos haciendo lo que podemos.
Pensé, a raíz de esto, que quizá haya mucho de inercia y de naturalidad del cuerpo en lo que el mundo ha venido a denominar 'talento'. Nunca he creído especialmente en ello, sí en que existe algún tipo de tendencia natural o aprendida en edades muy tempranas que nos orientan a ser mejores en algunas cosas que en otras. Pero no creo en el talento absoluto. Todo el mundo debe aprender aquello en lo que luego resaltará (o no), sólo es que hay algunos que deben recorrer un camino más largo que otros, porque esa facilidad natural no la tienen. Si, pongamos un ejemplo, yo quisiera vivir de mi voz, hacerme profesora o algo similar, debería aliarme con un foniatra, ir constantemente con la mano sobre la cajita de resonancia e, incluso, pasar por cirugía correctora. Difícilmente hay algo de talento ahí.
Pero sí que existe una peculiaridad en esa voz rota que me hace pensar cada cierto tiempo en la idea de forzar su mejoría,, porque desde que supe que está rota vivo algo ofuscada con ella. Pensaréis que sé que lo está desde siempre, dado que no he contado nada sobre ningún accidente, pero a veces la realidad es más simple. Uno no sabe necesariamente que algo está roto cuando siempre ha sido así, cuando esa rotura parece natural.
Una de mis mejores amigas de la infancia es soprano y cantante de ópera y zarzuela. Fue ella quien, aún no sé muy bien porqué, insistió un día que la acompañara a sus clases de canto. Allí, su profesor, un tenor impoluto, estaba hablando de rangos vocales y recuerdo que dijo, entre otras cosas, que no era tan fácil encontrar mujeres en España que fueran alto, que esas voces tan graves surgían de forma natural más en países del norte y que aquí los papeles para ese rango los suelen interpretar mezzo adaptadas. Sólo unos minutos después nos pidió notas a cada uno de los presentes. Yo no sabía, no sé, dar una nota, pero algo hice. "¡Ah! ¡Eres alto!" saltó la sorpresa "pero tienes que ir a un otorrino a que te revise las cuerdas". Y ahí terminó mi momento de gloria.
Así que fui a mi otorrino, que me conocía de hacía años y que se sorprendió cuando le comenté la razón de mi visita. Era tan obvia mi voz que él pensaba que yo ya tendría algún diagnóstico antes de conocerle. Muy rápidamente, gracias a una pequeña cámara insertada a través del orificio nasal vimos qué sucedía. Veréis, esta es una laringe normal.
Hay un porcentaje de bebés que nace con esos ventrículos dilatados haciendo que donde debe haber unas cuerdas vocales falsas haya dos orificios que no permiten que fluya bien el aire y el sonido y acaben creando nódulos y afonías. Siempre se corrige de forma natural en la infancia. O casi siempre, si me tenéis en cuenta a mí y a unos pocos más casos de libro. Imagináos el júbilo de mi otorrino ante el hallazgo y mi posterior momento de fama ante sus alumnos. En resumidas cuentas soy una Bonnie Tyler medio sorda con las cuerdas vocales de un bebé. Cómo no obsesionarse con el sonido. En defensa pura de la verdad, no creo que la obsesión con los sonidos, especialmente los graves, empezara ahí (ya llevaba un tiempo escuchando ensimismada los bajos eléctricos en el rock), pero imagino que todo esto ayudó.
Y como una manía casi nunca es solitaria, al pensar en Bonnie Tyler, porque ya me han comparado con ella en el pasado, me di cuenta de qué no sabía porqué su voz es cómo es. Más allá de que, como me pasó durante años conmigo misma, simplemente pienso que es así. Me informa Google de que fue fruto de no curarse bien tras una cirugía correctora, lo que me aleja un poquito más de pensar siquiera en someterme al tratamiento. Pero es más, descubrí cuál es el rango vocal que tiene, porque lo de las preguntas relacionadas en Google es un agujero negro, y también que existe un foro (¡en 2023!) dedicado a establecer y discutir rangos vocales de diversos cantantes. He aquí el post de Bonnie.
Así que con toda esta maraña de sonidos, rarezas e información no parece que este tema se vaya a ir pronto, sobre todo porque surge cada vez que canto a solas en mi salón, y eso es más frecuente de lo que pienso confesar. Pero, en comunión con mis nuevos amigos del foro de voces, he decidido que voy a chapotear en el charco de esta obsesión un buen tiempo más. Sólo os pido que, si veis a una señora andando y hablando sola por Madrid con la mano en el pecho, no llaméis a la policía. Estoy en terapia físico-mental.