«Tanto Dionisio como Démeter eran dioses fuertemente asociados con la subversión del orden social y ambos tenían reservado un lugar “excéntrico” en el panteón griego. El humor se consideraba peligroso, de ahí que su presencia en la cultura estuviera acotada en las ocasiones señaladas. Los griegos sabían que la risa podía tener efectos desagradables.»
Alguien cercano a mí definía hace tiempo a un amigo como un «estudioso de las cosas» en una conversación que ya debería haber olvidado, pero es un término que de alguna manera me he apropiado. A partir de cierta edad dejé de ser alumna brillante por una pura cuestión de aburrimiento, y a pesar de ello (o quizá gracias a ello) he seguido siendo una estudiosa de las cosas toda mi vida. Con cada «¿y esto cómo funciona?», con cada área del ser humano que me resulta marciana aparece una pila de libros especializados. En los últimos años sucede, incluso, con cosas a las que en un momento rechacé por completo, como lo de la risa. Lo de la risa es algo que se me ha dado mal siempre, o eso pensaba, pero por cosas de la vida me vi teniendo trato habitual con ella. La Lara libritos hizo la lista de la compra, nada sorprendente, y con ella llegó Una historia cultural del humor, un compendio de varios autores sobre ese mismo tema. Y resulta que era todo más sencillo y terrenal de lo que pensaba.
Que el humor tiene un componente social lo sabemos todos, que podemos vernos reflejados en lo que escribían algunos romanos tiene sentido, teniendo en cuenta la parte de nosotros que desciende de ellos. Más allá del humor básico casi innato que podría aplicarse a todos nosotros, entendiendo todos por la mayor parte de seres humanos existentes, lo interesante es, desde lo académico, ver cómo los unos definen el humor de los otros. Cuentan Jan Bremmer y Herman Roodenburg en la introducción al libro que «en 1810, uno de los primeros biógrafos alemanes de Joseph Haydn menciona entre los rasgos característicos del compositor “algo de inocente malicia, eso que los británicos llaman humor”».
La risa tiene sus propios códigos y rituales que van variando según la sociedad y según el período histórico. Algunos elementos muy antiguos permanecen, muchas veces transformados, otras no tanto, como lo de la burla que viene de tiempos muy antiguos y que se mantiene, por ejemplo, en el humor británico de una forma sutil, más sana, más inocente, menos violenta. Ya en Roma se comienza a escribir sobre el humor, sobre esa burla y sobre, no os lo vais a creer, sus límites. No es que en Grecia no se hubiera escrito algo al respecto, pero Cicerón se toma bastante en serio lo de la risa y escribe profusamente sobre ello, y no precisamente, de acuerdo con sus coetáneos o sus admiradores. Afirma que los límites están en «lo respetable» y que el humor aceptado es «elegante, fino, inventivo y gracioso».
Enumera también, en su tratado de retórica De oratore1, lo que debe y no debe contener el humor: «El ingenio no debe abordar ni los grandes crímenes ni las grandes miserias». Continúa hablando sobre aquellas cuestiones en las que uno debe entrar o no, siempre desde el punto de vista del orador de clase alta, aquel que debe conocer su lugar en sociedad: «”la deformidad y las irregularidades del cuerpo son un gran terreno para los chistes”, dice, pero conviene evitar los excesos, de lo contrario uno se parecerá al payaso o al mimo, scurra ut mimus. Cicerón define al scurra como el que desconoce los límites impuestos al humor por la seriedad (gravitas) y la inteligencia (prudentia)». Pero es aquí donde empezamos a verle las costuras al sistema y la hipocresía que nos seguirá hasta nuestros días.
Los cómicos profesionales, los payasos y los mimos existían desde mucho antes de que Cicerón comenzara a escribir, pero no eran hombres libres, eran «metecos, esclavos o libertos». De oratore no se escribió para ellos, pero fueron imprescindibles para los de la clase alta y para esas lecciones de retórica. Uno, si era de buena familia, debía observar al cómico, debía aprender de sus artes y de sus modos, pero sin la intención de copiarles para no parecerse a ellos. La clase alta debía mantenerse en su sitio y lo que se le permitía al scurra no se le permitía al ciudadano romano. No es ni la primera ni la última vez en la historia que los más «distinguidos» toman referencias de las clases populares y las adaptan para sí mismos. Es comprensible que el cómico a día de hoy continúe teniendo esa pátina de inadaptado, aunque llene estadios y aparezca en TV y sea venerado de alguna manera por la clase alta. Sin ánimo de dar bola a cierta clase de perfiles en redes, seguimos siendo un poquito como Roma.
Como veis, lo de los límites en la antigua Roma era una cuestión clasista, nada extraña teniendo en cuenta su sistema social, y lo sigue siendo en cierta manera, aunque ahora tenemos una mejor convivencia entre los diferentes tipos de humor y cualquiera puede acceder a ellos (siendo que en algunos casos deba hacer un pequeño esfuerzo por entenderlos). Pero de los textos de Cicerón, y de otros que escribieron sobre lo cultural, se extrae que el humor que molestaba es el que venía de los hombres que no habían nacido libres. Lo curioso del caso es que, Cicerón era más permisivo que otros eruditos en los que se podía permitir en el humor, algo que no le situó en buen lugar. Cicerón era un provinciano y podía tener alguna conciencia de clase que le permitiera esa permisividad, lo que dio pie a otros a considerarlo un payaso, sin el refinamiento de la clase alta.
Sé que podríamos extender este clasismo a lo que comento de no apreciar el humor básico, pero ya no estamos en Roma en tanto que, alguien que viene en un principio de un status social bajo como es mi caso, puede encontrar su tipo de humor (y su tipo de límites si los quiere o necesita) y apreciar lo que han hecho los de la risa sin prestar atención a clase social, origen o generación. Muchos de nosotros podemos ver humor británico de ese de la inocente malicia y comprenderlo y reírnos y afirmar que es nuestro tipo de humor o uno de ellos, aunque solo hayamos pasado en Londres una semana en algún momento de 2009. Hablo del humor británico como puedo hablar de cualquier otro tipo, he podido ver a dúos cómicos japoneses y ser capaz de reír hasta llorar. Los de los libritos vemos vídeos sobre el humor, seguimos a quien trate el humor, leemos todo lo que podemos y escribimos para entender el mundo a través de esa respuesta biológica que es la risa. La posibilidad de tener acceso a un humor lejano es maravillosa.
Lo que he tenido claro con los años es que no era negada para el humor, sino que no entendía ese humor básico, que va a las entrañas, y que tiene mucho que ver con esa burla romana. Lejos de querer ponerme en algún tipo de púlpito moral, os digo que habría sido mejor haber comprendido ese humor, al menos en los años en los que necesitas lo de la pertenencia al grupo. La risa es un gran mecanismo de unión con semejantes y cercanos, y no disponer del mismo sentido del humor aleja y complica la existencia. Tener, casi únicamente, acceso al humor de «payasos y mitos» como decía Cicerón, coloca al individuo fuera de su sociedad, o de la gran masa, que es donde viven los que hacen la risa. Existe, para ellos, una necesidad vital de torcer el chiste, de darle la vuelta hasta que pase de la entraña y se instale en otro lado del cuerpo, un lado que entienda que ahí también hay humor, incluso si el animal gregario lucha en contra. Los que no son cómicos siguen hablando de lo de los límites como si fuera algo inventado ayer, pero, al menos, los que tienen esa «inocente malicia» nos siguen haciendo reír.
De oratore tiene algunos ejemplares antiguos en repositorios públicos que harán las delicias de algunos de vosotros: un ejemplar en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico y otro ejemplar en la web de la Universidad de Zaragoza.
La risa y nuestra capacidad para provocarla es algo que siempre me ha fascinado, aunque apenas lo he investigado. Reírme con otros y hacer reír para mí es como una necesidad vital. Y siempre he intuido que existen mecanismos, tipos de humor, características universales y otras culturales, correlaciones con otros factores como la inteligencia, funciones sociales esenciales como la critica social,… todo un mundo sobre el que seguramente podría edificarse una ciencia. Gracias por traerme estas referencias. Quizá algún día le hinque el diente…
El humor es el arma más sofisticada que tiene el ser humano para combatir la injusticia. Gracias por un post tan interesante!