Un martes cualquiera (64): Una señora y la tabla del 6
Matemáticas y artesanía, una relación natural
«No se me dan bien las matemáticas». Esta es una frase que dije durante muchos años porque, como muchos otros, empecé a suspenderlas a mediados de la secundaria. Seguí creyéndolo hasta hace solo unos años, sin tener en cuenta todas las evidencias en contra. En esta época de chistes repetidos en redes es muy recurrente el «otro día que no aplico el teorema de Pitágoras en la vida real», pero ¿os habéis parado a pensar de qué manera aplicamos las matemáticas en la vida real y sin tener en cuenta las finanzas? A la madre de Jocee y a mí nos pasa lo mismo. Nos pasa a generaciones de mujeres artesanas, nos han hecho creer que somos malas con los números.
¿Cuál es la realidad? La realidad es que mientras tejemos un jersey, cambiamos el patrón de una blusa o, como se ve el vídeo, cosemos una colcha, estamos calculando sin parar en nuestras cabezas. En 2009 estudiaba en una escuela de arte, teníamos nuestro primer desfile y la geometría era el punto de unión en los diseños. Fue ahí donde me gané una pequeña fama de ser la que convertía patrones sencillos en complejos puzzles. «No se me dan bien las matemáticas» pero ahí estaba yo, calculando como dividir un patrón de falda en las suficientes partes para crear un producto tridimensional con triángulos visibles.
Fue también por esa época que asistí a mi primer taller de ganchillo aunque no me entusiasmó. Unos años después, al encontrar proyectos que me gustaban le cogí el gusto y en un momento dado me di cuenta: «¡esto es la tabla de 6!». El patrón entre los patrones era claro, si conoces la tabla del 3 y la del 6 y has hecho unos cuantos amigurumi puedes incluso «leer» patrones en varios idiomas. Si entiendes MR 6 sc, incx6 (12st), entonces entiendes 6p no AM, aumx6 (12p). Porque no se trata de otra cosa que de matemáticas, que trascienden países. Tanto se metió esto en mi cabeza que ahora cuento todo de tres en tres. 3, 6, 9, 12, 15, 18, 21, 24, 27...
En casa, mientras yo me peleaba con patrones de faldas, teníamos a una apasionada de los números y El diablo de las matemáticas me observaba desde la estantería. Como os digo, tardé mucho tiempo en darme cuenta de que no era mala con los números, porque es necesario vivir no pocos años de vida adulta para comprender que esta no tiene nada que ver con la vida académica. En mis trabajos me vi aplicando las matemáticas sin darme cuenta hasta que un día alguien lo dijo: «Lara, comprúebame estos números que a ti se te dan mejor». Os podéis imaginar mi sorpresa.
Llevo casi 20 años cosiendo y más de 10 tejiendo y el ir viéndole las tripas numéricas a la artesanía ha sido todo un viaje. He podido intuir, y no soy la única, que ese empeño social que ha habido durante décadas de menospreciar los trabajos manuales típicamente femeninos ha contribuido a que se desdeñe la inteligencia y la capacidad matemática que requiere hacer prendas de ropa y piezas para el hogar. Uno de esos recuerdos vívidos de la adolescencia es el de la madre de mi mejor amiga contándome que, como ella, a todas las de su generación «que no eran buenas en nada» las mandaban a estudiar corte y confección. Matemáticas. Eran buenas en matemáticas. Y en percepción, y perspectiva, y visión espacial, y planificación.
Pero las artesanías han formado parte de lo que de conoce como labor o trabajo emocional, aquel que se esperaba que muchos (especialmente las mujeres) hicieran sin pago a cambio. Es lo que han hecho las abuelas por sus nietos y, cuando era más frecuente, las madres por sus hijos. Si no se reconocía todo ese trabajo, comprenderéis que no se va a reconocer la capacidad matemática que este requiere. Poco a poco se va trabajando en reconocer la importancia de los cuidadores no profesionales y de las amas de casa, pero creo que para esto de los números aún queda bastante tiempo.
Me vi recientemente en un contexto laboral contando cómo me había dado cuenta de que se me daban bien las matemáticas y mi respuesta fue en términos laborales. Este texto es la cara B, la versión extendida. Alguien podría pensar que, mientras seamos buenas en algo, que más da que sepamos si se nos dan bien las matemáticas. Pero en este sistema académico se pone el énfasis en las ciencias como el sello de inteligencia y no me atrae la idea de que miles de mujeres crean que son tontas porque en algún momento de secundaria dejaron de entender las clases. Cada vez que leo un patrón de ganchillo me maravillo con los números que pueden salir de un cerebro artístico. Me encantaría que muchos más pudieran verlo. Y ahora, si me disculpáis, voy a seguir contando de tres en tres.
Las amas de casa han sido toda la vida buenas en matemáticas. Se han pasado la vida haciendo números para gestionar la economía familiar. Mi madre me dijo un día, “no entiendo la gente en compra una porción de pescado en la pescadería en lugar de la pieza entera si le sale mucho mas económica. Eso es matemáticas también, saber que por el precio de una porción puedes obtener 4.
Yo creo que el problema reside en que nos enseñan matemáticas en el colegio a nivel de "mini-ingenieros" y así tenemos la sensación de que o no somos buenos o no sirven para nada. Mi abuela, que no sabía leer ni escribir ni había pisado la escuela -nació en 1900 y murió en 1975- sacó adelante, ella sola a sus cuatro hijos, vendiendo pescado por las aldeas y en cuestión de "cuentas", nadie la engañaba. Mi madre, que dejó la escuela a los 12 años, supo cuadrar el sueldo de mi padre con las necesidades de la economía familiar durante más de cincuenta años.
¿Eran buenas en matemáticas? La respuesta es evidente, como tú expones en tu artículo.
Enhorabuena y gracias!