Un martes cualquiera (62): Cómo nace un lector
Mi pequeña tradición navideña con los libros
No os extrañará, viendo el texto de la semana pasada y algunos otros anteriores, que os diga que no soy una persona ni muy familiar ni muy cercana. Esto ha conducido, como es obvio, a situaciones no muy felices, pero también a otras inesperadas. Recuerdo del lugar en el que trabajé durante bastantes años cuando una compañera fue trasladada a mi departamento. Nos conocíamos y nos veíamos con frecuencia por la oficina así que tenía una idea aproximada de mi carácter (callada, viviendo en las nubes) y se sorprendió al ver que tenía una relación muy estrecha con aquellos con los que trabajaba directamente. Lejos de decirlo en tono negativo pareció alegrarse y, de alguna manera, hizo que conectáramos rápidamente. Ahora tengo muchas ganas de que vuelva del pueblo y podamos celebrar 2024. Ese es solo un ejemplo de tantos en los que se puede ver que formar grupo y, por tanto, tradiciones es ligeramente complicado para esta cabeza, aunque se vuelve sencillo cuando hay gente con la que simplemente conectas a un nivel intuitivo.
Pero es lo de las tradiciones en lo que estoy pensando hoy, y pienso en estas fechas casi cada año y hablo de ellas en grupos porque el ser humano es cómo es y cuando damos con «los nuestros» inevitablemente acabamos creando pequeñas frases o costumbres que solo existen en nuestro grupo, aunque sean similares para otros. Somos animales, tenemos un cerebro de tamaño limitado y, por lo tanto, un número reducido de personas a las que podemos considerar de nuestro grupo, palabrita de Dunbar. Cada año, ya sea en persona o a través de redes, uno acaba leyendo anécdotas de lo que otros hacen cada año por Navidad o de lo que siempre hacían en estas fechas cuando eran niños. Yo vengo de una gran familia de músicos, más bien aficionados, así que nuestras celebraciones, fueran las que fueran, acababan siendo pequeños conciertos acústicos, dando igual si nos reuníamos por fin de año o por el cumpleaños del abuelo. Festivos, pero poco tradicionales, podría decirse.
Hay, sin embargo, una pequeña costumbre que nació antes de que yo fuera capaz de conservar recuerdos y que empezaba cada año en estos días. En casa, en estas extrañas semanas que van desde Nochebuena hasta la noche de Reyes, teníamos la misión de comprar un pijama y uno o dos libros que se pudieran leer a lo largo de una noche. Mi madre, apasionada lectora de thrillers médicos, se dio cuenta enseguida de que estaba criando a dos niñas con insomnio habitual (yo) e insomnio selectivo por Reyes (mi hermana) y que además disfrutaban leyendo. Algo había qué hacer para que aguantáramos la noche sin que intentáramos salir de la cama lo antes posible, aunque las negociaciones para fijar la hora del despertador seguían siendo intensas. Así que cada 5 de enero, después de fijar la hora en que podíamos salir de la habitación, nos ibamos a dormir juntas, es decir, a leer a la misma cama y a preguntarnos la hora cada rato. No recuerdo ni la última vez que lo hicimos, aunque ya habíamos pasado de la época del descubrimiento infantil, ni qué libros leí esas noches, pero el sentimiento agradable sigue conmigo.
Sé, por la forma que tenemos de ser en España (generalizando mucho), que nuestra idea de tradición navideña encaja con la fiesta, la comida y la bebida, como es, por otra parte, nuestra idea de casi cualquier celebración. Pero la mía siempre fue esa, pijama y libro nuevo, aunque los canapés de la tía Ire le seguían muy de cerca y la sopa de marisco sigue presente. Cuando en redes descubrimos colectivamente el jólabókaflód, es decir, lo de los islandeses leyendo libros en Nochebuena, la reacción grupal fue la de la burla, aunque a mí me pareció de lo más normal. Ahora vivimos en un mundo de apps de redes sociales en el que uno puede empezar por una, hacer la ronda, y volver a empezar y pasar así unas cuantas horas. Pero cuando eres un niño, vienen los Reyes y no puedes dormir, ensimismarte en un libro es la mejor opción. Sobre qué pensar de adultos que lo hacen, no seré yo quién diga nada a los que se burlaron de ello, pues cada uno tiene su humor, aunque no han sido pocas las veces que yo misma he celebrado de esa manera, sobre todo desde que las fiestas son de 3 personas y esa presión grupal por ser el que más canta y más grita se disipa. Obviamente en Reyes ya no sucede nada, no soy ni madre ni tía, y mis regalos con mi pareja se dan en nuestros cumpleaños o en cualquier día tonto que él aparece con un libro porque pensó que me podría gustar. La pequeña niña lectora habría estado muy a favor de este arreglo.
Sé que los factores que llevan a alguien a ser cómo es o a que le guste esto y no lo otro son muchísimos, así que sería tonto pensar que una es lectora sólo porque una noche al año en vez de dormir, leía. Pero de alguna manera creo que ayudó el verlo como un regalo y no como una obligación, y que la lectora que soy ahora es, entre otras cosas, culpa de esa tradición. Los libros del colegio no los podía elegir yo, pero estos eran míos, eran fruto de un viaje a la librería y una selección estudiada para una noche concreta. Lo que tengo claro, también, es que esa pequeña celebración familiar no va a continuar porque no hay siguiente generación aunque, si me apuráis, creo que aporto mi granito de arena a través de esta newsletter o casi cada vez que escribo algo en redes sobre lo que estoy leyendo.
Ahora me compro libros con frecuencia y el acto ha perdido un poquito la magia, solo reservada a esos momentos en que encuentro que existe un libro sobre ese tema nicho con el que me he obsesionado, o una copia de segunda mano de algo descatalogadísimo. Pero sigue habiendo lectores por nacer y sigue habiendo noches de Reyes así que si, después de esta noche de fiesta y alboroto, decidís llevar a vuestros pequeños insomnes selectivos a por un libro (y un pijama) antes del próximo viernes haréis muy feliz a esta lectora que nació.
Feliz año nuevo y felices Reyes Magos.
Precioso, Lara. A mí la relación con los libros me "surgió", casi, pero entiendo ese punto de magia que hay en asociarlos con un momento, un lugar o un estado. Quizá ser lector consista (al menos en parte) en conectar las lecturas con esos instantes, como si hubieran de estar enlazados necesariamente.
En cualquier caso, me ha parecido una historia tierna y en la que, salvando las distancias, me veo muy reflejado. Gracias por compartirla.
Que pases unas muy felices fiestas y que tengas un 2024 excelente, con muchos más suscriptores (que te mereces).
Me ha encantado. 💛