"La soledad es una epidemia silenciosa" reza un post de LinkedIn acompañado de varios titulares de prensa sobre el tema. Lo veo poco después de actualizar mi perfil en esa red y tras varias semanas de dudas sobre si hacerlo o no. A ojos del usuario medio allí (profesional liberal con un buen sueldo) yo he bajado un escalón en mi carrera profesional y ya no molo tanto. Comienzo a sentir un pequeño rechazo hacia un sitio donde me he reído mucho (siempre me lo he tomado, más allá de para buscar trabajo, como una página web de humor, un Instagram para señores que hacen PowerPoints). El post trae algo bueno y es recordarme un libro que lleva dos años en mi carpeta de fotos de portadas y me veo, un día después, en el centro de Madrid para conseguir un ejemplar de, en su traducción al español, El siglo de la soledad de Noreena Hertz.
La soledad es un problema complejo y mastodóntico, porque un poco de ella es necesario. Lo es para mí que soy de naturaleza introvertida y nunca, en mis 35 años de vida, he tenido del todo claro qué porcentaje es buscado y qué porcentaje es asumido con resignación. Al comenzar el libro tardo poco, muy poco, en encontrar las referencias al mundo del trabajo que presenta Hertz como una de las claves en esa epidemia silenciosa, no como causa, sino como remedio que ya no es. El trabajo era, una vez superadas ciertas legislaciones, un lugar de comunidad y, hasta cierto punto, confort. No es de extrañar que la soledad como problema social y laboral surja en LinkedIn, lo raro es que no lo haga más a menudo. Parte de la soledad no buscada durante años en mi vida viene de la mano de la que ha sido mi profesión durante años e intuyo que debemos ser muchos así.
Sé que los humanos somos seres sociales. Todos los libros de antropología y biología evolutiva que he leído dicen lo mismo: nuestros antepasados sobrevivieron gracias a su capacidad de cooperación, de formar grandes grupos y de creatividad. Incluso aquellos que somos neurodivergentes necesitamos a "nuestra gente", necesitamos unas dosis mínimas de contacto y comunidad, lugares y personas a las que volver. Poco a poco los test de diagnóstico del Trastorno del Espectro Autista se han ido adaptando para encajar esta realidad. Los TEA son humanos, no robots, con su dosis de contacto necesaria. Y esto me hace pensar en Un tipo curioso, también neurodivergente, que escribe este hilo al respecto del fallecimiento de Mathew Perry y de su autobiografía.
No he leído el libro, no sé si Un tipo curioso tendrá razón o si en verdad importa tanto, no creo que sea el momento de leerlo por eso de la actualidad y la inmediatez, pero conozco a adictos y exadictos, conozco a quien ha entrado y salido de clínicas varias veces y no, no suelen ser las personas más sociables de la familia o, por lo menos, no acaban siéndolo una vez su situación empeora. Sé de alguien cercano y amable, pero solitario (y totalmente abstemio), que alguna vez ha dicho que sabe que si tomara drogas ya estaría en el otro lado. Yo he probado más de una y creo que tengo algo que me hace relativamente inmune a la adicción, cosa que me alegra porque hay bastante en mi extensa familia y yo soy la que puso tierra de por medio. La solitaria premium. La que se fue a buscar la vida y la familia a la capital, algo normal en palabras de Hertz, pero difícil y agotador.
"La gran densidad de las ciudades no solo fomenta la mala educación, sino que nos obliga a utilizar una especie de mecanismo de adaptación. Del mismo modo que cuando vemos veinte tipos distintos de mermelada en un supermercado tendemos a no comprar ninguno, así también cuando nos vemos ante tanta gente tenemos cierta tendencia a retraernos". Algunos sociólogos, comenta Hertz, hablan de "modelos de cortesía negativa": se convierte en mala educación acercarse a un extraño y si alguien nos habla en el metro hasta nos irritará. "Las convenciones sociales estipulan que hay que leer el periódico y mirar el móvil en silencio". La mierda lo convierte todo en mierda y la soledad llama a más soledad. La ciudad, el ritmo, el trabajo y la vida adulta nos sumerge en soledad y para arreglarlo nos aislamos aún más. Es un círculo vicioso, que resulta más complicado cuando eres introvertida. Y ese es el problema y la solución para todo esto, el hecho de que para la soledad no hay medida. Sabemos que el contacto humano es necesario para la salud mental y la física, pero no existe un baremo. No hay una receta que te diga "para pacientes de menos de 50 kilogramos de peso la dosis será de píldora de humano por día". Nunca es tan fácil. Al fin y al cabo la vida es esto: raro, difícil, incomprensible y sí, a veces, solitaria. Pero, por lo que sea, así la queremos.
P.D: Hay temas de los que cuando uno habla puede parecer que lo hace por necesidad o porque está mal. No es el caso, todo me va bien y soy muy querida. El tema, como veis, ha surgido estos días por varias vías y creo que es tan importante que nunca está de más dedicarle unas palabras.
"Ser solitaria se ha convertido en mi oficio", escribió Jhumpa Lahiri en su libro Donde me encuentro.
El tema de la soledad es muy curioso. No hay sitio más solitario que un ascensor con cuatro personas dentro y nueve plantas que bajar: cada uno sólo mira a su móvil. Lo experimento muy a menudo y, a veces, cuando estoy llegando al final del trayecto, digo algo a los demás. Sus reacciones son muy curiosas. Igual un día escribo yo sobre el tema. Gracias.