Un martes cualquiera (52): La actualidad y los libros viejos
Sortear el presentismo con la lectura
En el verano de 2021 hice un curso universitario sobre edición y la cadena del libro como primera incursión en el mundo editorial. Entre los especialistas invitados se encontraban una librera y un editor que nos dieron un dato sobre las novedades en librerías: duran de seis meses a un año, dependiendo de la librería en sí, pero nunca más que esa franja de tiempo. En una primera pensada, puede parecer que seis meses es bastante, pero si recordáis que la lectura no es el pasatiempo número uno y que hay libros que pueden llevar semanas de lectura entonces os daréis cuenta del poquito margen de "vida" que tiene un libro nuevo.
Para cuando asistí a ese curso, y de manera totalmente fortuita, yo ya leía pocas novedades salvo por un par de editoriales que me gustan especialmente y, además, compraba más online de lo que debía, fruto de la costumbre adquirida en confinamiento. Hubo, y hay, una parte de involuntariedad porque tengo muchos pendientes, compro libros nuevos (por no olvidarme de ellos si me interesan mucho) o los guardo en una lista para más tarde, pero hay otra parte, y esta es más reciente, de escapar del ruido. De no leer un libro sólo porque todos lo están haciendo. Esta voluntariedad se entiende si leeis los textos que he escrito sobre la prisa, sobre el mundo digital y sobre el ruido en general.
Cuando alguna vez hablo de esto, la respuesta suele ser similar a lo de las series de moda. Al comentario de "si lo leen tantos quizá es porque es bueno" la respuesta es simple. Si es bueno lo seguirá siendo en un año o dos cuando, una vez pasado el tiempo de novedad, el libro no desaparece sino que empieza a formar parte de ese fondo de libros maduritos. De hecho este es el mejor alago para el escritor y todos los partícipes de la creación de ese libro. Si una obra, pasada la novedad, permanece en librerías varias en el fondo entonces es que hay mucha gente apreciándolo. Es que el boca a boca ha funcionado y/o que los libreros, con su ojo y a pesar del enorme catálogo de libros que existe, han considerado que es vendible pero aún más que quieren venderlo. Los libreros, al menos los que no lo son de grandes cadenas, tienen ese punto romántico en el que no dejan llevarse sólo por las ventas, hay libros en sus fondos que están por puro amor, como cuando en redes recomiendas un libro del año pasado o de esa pequeña editorial que no se verá en la gran mesa de "recién llegados".
Ya lo he comentado alguna vez, y cada año que pasa me preocupa menos, sé que no voy a leer todo lo que quiero así que intento tomar decisiones sabias o no muy impulsivas. No me interesa el completismo ni el hacer listas, retos, metas, etc. Me da bastante pereza el Goodreads y no termino de entender lo de los clubs de lectura que te obligan, inevitablemente, a leer los libros según calendario. Aquí también juega su parte mi poca sociabilidad, no os voy a engañar. Pero tengo mis "listas", una treintena de libros guardados en un marcador del móvil y una carpeta en Fotos en la que hay unos 450 libros que me han llamado la atención. ¿Los voy a comprar todos? Obviamente no, pero cada cierto tiempo vuelvo por ahí y miro cuáles me llaman la atención de esos que previamente ya he filtrado. Es mi forma de no dejarme llevar por la novedad. Es la constatación de que de verdad me apetece leer ese libro en concreto o de que quiero tenerlo en la biblioteca porque sé que me va a apetecer en un momento dado.
Pese a todo lo anterior, la vida no es blanco y negro y yo, claro está, tampoco. Puedo leer libros nuevos si tratan sobre temas viejos o sobre temas que no están en desarrollo (pueden aplicar excepciones). Sé que la interpretación de la historia también tiene un punto presentista, pero siempre que el libro no sea un análisis ideológico, merece la pena leer sobre historia en general o sobre la vida de algo o alguien. Son esta clase de libros los que me suelo permitir comprar en cuanto salen o cuando todavía están calientes, y tengo suerte porque me gusta leer sobre la historia de las cosas. Mis dos lecturas actuales son recientes en ese sentido, Color de Victoria Finlay, que ya os mencioné la semana pasada, y que tristemente se está terminando, y Roma Aeterna de Iban Martín, porque leer sobre la república romana creo que se puede considerar lo suficientemente viejo (y porque precisamente Iban no da nada por sentado e indica qué datos no están del todo comprobados en la historia). Así que, con sus excepciones, sus más y sus menos, esta es mi forma de capear el ruido, las prisas y la necesidad de estar a la última que también contaminan el mundo editorial.
Sé que la premisa de esta newsletter es escribir sobre las cosas que me hayan obsesionado a lo largo de la semana y que bastante cosas que he dicho en la de hoy se han colado en otros textos, mencionados o no, pero hay una sola razón para que esto salga hoy: si sólo miramos a la actualidad podría parecer que el mundo es una mierda. No creo que lo sea. Y no creo que debamos anclarnos en la actualidad. Rara vez escribo sobre ella, por mucho que esto sea algo que envío semanalmente creo que cualquiera de los posts se puede leer por sí solo y en cualquier momento. Buena parte de lo que escucho y leo tiene esta premisa, mis podcasts y mis libros, todos tienen una pretensión de permanencia. Todos han entendido que la actualidad no es lo único. Mis obsesiones rara vez son con lo nuevo o lo último y ha sido así todo este primer año que llevo aquí. El primer texto, por si alguien ha llegado recientemente, iba sobre una obra (y su autor) de principios del siglo pasado y he intentado mantener ese espíritu. Mientras más feo sea el presente más necesario veo el alejarme de él por aquí. Y para poner esa distancia nada mejor que un libro viejo, aunque viejo signifique poco más que unos meses.
Aquí otra que no hace mucho ruido.
Me encanta nutrirme* a destiempo, hago por escribir sobre cuestiones intemporales y mi lista de lecturas (im)perfectas se asemaja a tu álbum de portadas de libros.
Parece que en las redes sociales virtuales si no opinas no existes. Parece. La realidad es que como en las redes sociales naturales no siempre se comenta todo lo que se aprecia, se vive y se observa.
*Nutrirme: leer, ver y escuchar libros, música, podcasts, películas/series y arte.
Gracias Lara.
El otro día escribía algo, que se ha quedado en un borrador, hablando precisamente de mi poco interés en la actualidad. Me alivia leerlo en ti. Seguro que somos más a los que no pasa pero no hacemos ruido; no estamos subidos a la ola mediática metiendo nuestro altavoz a codazos para opinar sobre el último minuto y por eso parece que no existimos. A veces me hecho reprimendas por seguir hablando de algo que está más atrás de lo nuevo. Pero luego recuerdo que la actualidad es lo menos representativo de la realidad en su conjunto, y se me pasa.