El año, como bien sabéis, empieza en septiembre. Lo saben mucho más los que confeccionan agendas, los que preparan colecciones de exposiciones en centros varios, El Corte Inglés y cualquier persona que trabaje en una oficina. Lo de las campanas y las uvas me lo tomo como nuestra gran broma interna. Así que, como el año empieza en septiembre, y aquí la escribiente ha regresado de vacaciones, me pongo a esta newsletter como canción anual de Mecano a punto de subir puestos en el ranking de Spotify. A quien aún esté disfrutando de un mojito en la playa le eximo de leer esto hasta que esté de vuelta y un poco "de aquella manera" como yo. "De aquella manera" significa, exactamente, replanteandóme casi cualquier decisión vital en los últimos... 20 años. Algunos hacen propósitos el 1 de enero, yo tengo una crisis existencial cada año a finales de verano.
Un conocimiento que alcanzamos a medida que nos hacemos mayores es que cada generación cree haber inventado algo que ya lo estaba y que, por lo tanto, muchas cosas habrán existido antes de nosotros. Y esto no aplica sólo a las revoluciones. Me pregunto cuántas situaciones o sensaciones que creemos que son generacionales (y que así se perpetúan por la fingida guerra generacional a la que nos llevan los medios), no lo son en absoluto. ¿En qué momento empezamos a sentir colectivamente esa sensación de reseteo del año? Supongo que se tendrá una idea de en qué momento en la historia surgen esos propósitos de año nuevo, pero esa sensación de ser mejor persona, replantearte tu situación laboral, estudiar eso que estás posponiendo, etc, me pregunto cuándo empieza a ser común y frecuente.
¿Fue con la revolución industrial? ¿Con el tiempo libre surgido con las jornadas de ocho horas? (Me cuesta pensar en estas jornadas partidas que ocupan mucho más de 40 como algo que nos hace libre, pero sé que el pasado fue peor) ¿Fue con la estandarización de los calendarios escolares? ¿Fue todo en realidad mucho antes? Supongo que estas preguntas se las podían permitir los pudientes, mientras el que trabajaba de sol a sol casi ni sabía de qué iba todo esto. Miento, claro que lo sabía, pero cuando una decisión no va contigo es difícil preocuparte mucho por ella (y estoy, por supuesto, generalizando). La cuestión es que la mejora de las condiciones ha permitido que los curritos actuales tengamos tiempo de preocuparnos hasta el cansancio por lo qué queremos hacer en nuestra vida. Lo agradezco, pero poquito.
Uno de esos temas fetiche a los que siempre acabo volviendo es el de las clases sociales, desde una perspectiva sociológica y laboralista, no desde ninguna ideología política. Es fetiche porque, en parte, soy consciente de haber vivido dos vidas en dos clases sociales y porque me gustaría vivir una tercera. "En Las Palmas soy clase baja" le decía ayer a mi pareja, aunque el verbo debe ir en pasado. En Madrid soy esa cosa que somos bastantes millenials que ahorramos sin ningún sacrifio cada mes y nunca nos da para la propiedad. Y aun así me falta vida. He tenido esa conversación varias veces estos días con algunas personas de mi entorno habitual, supongo que porque todas ellas están también en la crisis existencial. Lo curioso es que parecemos estar todos en la misma. La del tiempo.
En medio de esa pseudoguerra de generaciones la última idea con la que nos machacan es la de que los Zeta son unos vagos que no quieren trabajar, que quieren hacer jornadas cortas y no atarse a un trabajo para mucho tiempo y tener vida fuera de este. Se supone que tenéis que leer todo esto como algo negativo y superpeligroso. Venga, intentadlo otra vez. No hay manera, ¿no? Bienvenidos a la crisis del tiempo. Del otro lado están los chistes repetidos en reels, por enlazar con temas hablados, de los millenials pasando de la crisis de mediana edad directamente a los granny hobbies, en donde yo no me incluyo porque ya nací abuela. Y del otro lado también está la visión amable, la que entiende que todo esto no sirve para nada y que nos tenemos que querer un poquito más.
Si escribo de la crisis de este año es porque es un poco más acentuada que en otras ocasiones y se abren dos vías ante mí. En muchas profesiones, entre las que incluyo la mía, llega un momento en el que alcanzas una experiencia que te lleva, o bien a buscar un trabajo muy bien remunerado pero con poca vida y muchas responsabilidades, o bien decides dar un pasito a un lado, bajar incluso de sueldo con tal de tener una vida más tranquila. Siempre que los cazatalentos me preguntaban por esto decía que quería lo primero, porque al fin y al cabo, se me da muy bien esto y quiero seguir subiendo pasitos en la escala social. Pero cada vez más, mientras veo todos esos libros sin leer, esos 3 o 4 proyectos a medio tejer, ese libro que quiero escribir... me planteo que en realidad lo que debería hacer es dar ese pasito a un lado. No quiero esperar 30 años más y jubilarme para poder desarrollar todos mis proyectos, y no soy la única. Y si eso nos hace vagos y Zetas, pues eso seremos.
Me representa al 100% aunque, también, me da miedo que haya tantos que coincidamos con esa misma crisis. Y si tienes hijos, ya ni te cuento: apáñatelas para subsistir.
La solución es sencilla: no necesitar trabajar para vivir. El gran problema es que no es una solución fácil de implementar. De hecho, tienes que tener mucha suerte o incluso que te toque la lotería para tener la suerte de poder vivir una vida con el lujo de no tener que trabajar :/. Mientras tanto, yo intento encontrar el mejor equilibrio posible entre un trabajo que no me disguste, que esté lo mejor pagado posible y que no me suponga ni un minuto más de las horas por las que estoy contratado. Si tienes suerte, y dependiendo del sector, se puede encontrar cosas aceptables. La pena es que no todos tengamos la opción de lograrlo.
Como apunte friki - Los propósitos de Año Nuevo es muy posible que sean algo que exista desde civilizaciones tan antiguas como Babilonia. Allí empezaba el año cuando se plantaba la cosecha, y con ello iba una serie de celebraciones, tributos a los reyes y peticiones a los dioses. Además, también se prometía a los dioses que se pagarían las deudas y se devolverían todos los objetos prestados, lo que en cierto modo se asemeja a los propósitos de nuestra sociedad. Yo, por mi parte, elijo no tener propósitos, me parece más sano para el coco :).