Sabéis que, de vez en cuando, me gusta hablar mal de mí misma. No por una cuestión de victimismo ni de necesidad de atención, sino todo lo contrario. Los que escribimos textos de no ficción de tipo personal u de opinión tendemos a acabar presentando una imagen embellecida de nosotros mismos: somos más cultos, más interesantes, más majos, más seguros, más lo que sea que consiga que volváis la próxima semana a leernos. Y, aunque siempre hay una (gran) base de verdad, se puede acabar cayendo en la creencia de que una es la que escribe y no la que vive a espaldas de estos textos. Así que hoy toca hablar de lo que no: de la cobardía.
Soy una persona bastante cobarde en esencia, no necesariamente en acciones. No es lo primero que enumeraría de mí misma si me preguntarais, y en una entrevista de trabajo diría algo como «soy muy cauta, y pienso mucho algunas decisiones antes de tomarlas». Y es verdad, pero a veces me digo «ya te vale, Lara». La cobardía, como muchas otras cualidades, es esencialmente subjetiva y está la que escondemos en el fondo de la cabeza y la que mostramos a los demás. Por eso hablo de las acciones. La Lara adulta, la que se muestra al mundo, es poco cobarde, no es tímida, actúa con cierta precisión, suele saber qué hacer y, por regla general, las cosas, al final, le suelen salir bien. Tiende a caer de pie.
A la Lara adolescente que aún vive en este cerebro no le gusta particularmente como actúa esta persona. No es que sean muy diferentes, veo aún en mí muchos aspectos de mi infancia y adolescencia, y creo que, precisamente, el haber mantenido ese espíritu hace que siga empleando mi tiempo en cosas como escribir esta newsletter, en cosas «no útiles». Esto de la necesidad de lo no útil ya lo he mencionado varias veces así que no es nada nuevo por aquí; pero tengo momentos en los que le doy la vuelta en mi cabeza y pienso que la mayoría de las cosas que hago son inútiles para la Lara primigenia, aunque la sociedad considere lo contrario.
Durante toda mi etapa estudiantil, varios de mis profesores me instaron a escoger bellas artes, ilustración o, incluso, teatro. Siempre pensaba que era muy insensato por parte de un adulto el pretender que un niño quisiera hacer carrera en las artes, en mandarlo al hambre y a la cola del paro. Era pedante desde pequeñita, sí, y cobarde. ¿Podría haberlo hecho? No le habría gustado a mi familia, ¿pero podría haberlo hecho? En realidad, creo que sí. Pero la cobardía ganó. No siempre, ojo, he tenido momentos en los que he estado al borde del precipicio, o me he lanzado con una cuerda y he vuelto a subir a mitad de camino. Pero nunca sin ella. No he llegado a tocar fondo porque le tengo demasiado respeto a la cartera vacía.
Entre vosotros y yo. Muchas veces suelto un discurso de que uno debe vivir del arte o de la artesanía y de que es igual de válido si quieres tener un trabajo corporativo y desarrollar la creatividad como una actividad paralela; y he soltado, también, ese rollo de que es la forma más libre de creatividad. O lo sería si lo no creativo no se llevara tanto tiempo de la vida diaria. No es que esté en desacuerdo con nada de lo anterior, con matices lo sigo pensando, pero lo cierto es que no me aplica tanto y, si no fuera por esos miedos, probablemente probaría ya mismo.
Sé que la realidad no es tan terrible. Donde trabajo, el departamento más grande es el de los creativos, gente que puede vivir de lo que hacen con las manos, gente que nunca va a tener más de la mitad de su jornada ocupada con tareas, porque deben disponer de horas para pensar, para crear, para darle vueltas a todo un concepto. Y me hace muy feliz verlos. Me hace muy feliz ver que hay quien tuvo la valentía y vive sin ninguno de esos miedos a los que yo les doy la vuelta. «Tienes que ver más cine» fue una tarea que uno de los directivos puso a una de las más jóvenes de la oficina. Y a mí me pareció hermoso que, para tu trabajo, una de las necesidades sea que debes empaparte más de lo audiovisual. Yo también tengo que ver más cine, la Lara adolescente lo piensa todo el tiempo, pero técnicamente no, no tengo, para lo del trabajo, ya sabéis.
Cada vez que pienso en todo esto pienso, también, que no llevo ni media vida vivida, y definitivamente ni media vida laboral realizada, y que cualquier momento es oportuno para vivir otra vida. Una en la que pueda tener más horas para pensar y crear. Me encanta mi empresa, mis compañeros, me gusta mi trabajo y tengo un proyecto interesante en él entre manos. Estoy en el mejor sitio en el que he estado en años. Y, sin embargo, cada vez más a menudo pienso en cuándo será el momento en que yo de con lo que quiero hacer y me lance sin cuerda. Honestamente, no tengo ni idea, lo de mi cobardía es un misterio más grande para mí que para vosotros. Así que hoy no hay conclusión final. Es Navidad, en casamadre una no puede evitar volver a la adolescencia, y los adolescentes, como bien se sabe, solo tienen pájaros en la cabeza.
Casamadre que bonito concepto. 🤍
Lo peor de tener un trabajo creativo en una empresa es que muchas veces esa parte de pensar la acabas haciendo en tu vida privada, porque en la oficina tienes mil tareas que ir sacando adelante y a veces no hay ese tiempo para pensar. Para mi además que me cuesta trabajar con gente alrededor me siento incapaz de ser creativa en un sitio con mucha gente.
Al hilo de la valentía:
https://elpais.com/eps/2024-12-22/paolo-sorrentino-hago-peliculas-valientes-porque-en-la-vida-no-lo-soy.html?sma=elpaissemanal_2024.12.20&utm_medium=email&utm_source=newsletter&utm_campaign=elpaissemanal_2024.12.20