«Cuando la vieja bruja murió, Sven sólo tenía doce años. En realidad, la vieja bruja era su abuela, pero su padre siempre la había llamado vieja bruja para hacer rabiar a su madre. Sven apenas se acordaba de ella, porque siempre habían vivido en Berlín, y el viaje hasta Múnich le resultaba muy fatigoso. Su última visita quedaba muy atrás, y ahora estaba muerta. Contra ello había poco qué hacer.
»Unos días después de la muerte de su abuela, sus padres le anunciaron que se iban a mudar a Berlín. La abuela les había dejado la mansión de la ciudad y un montón de dinero. Venderían la casa de Múnich y empezarían a vivir como la gente rica. A Sven le hacía mucha ilusión ser rico, pero con el solo pensamiento de que para ello tenían que marcharse de Múnich, le entraban ganas de llorar. Claro que los chicos de doce años no lloraban.»
Cuando yo leí la historia de Sven no tenía doce años, era más joven, pero os mentiría si os dijera que sé a ciencia cierta que tenía diez. La historia de Sven es una de tantas de la colección Ala Delta de Edelvives enfocada a niños mayores de doce años y que no recuerdo cómo llegó a mí (¿Alguna visita a una librería? ¿Fue uno de los libros de la noche de Reyes?) ni tampoco buena parte de su contenido, a pesar de tener una copia en mis manos ahora mismo. Si sé que, a pesar de no ser uno de los libros recomendados de ningún colegio que conozca, cada vez que alguien ha preguntado recomendaciones de libros infantiles yo he recomendado Direcciones prohibidas o la gata azul turquesa. Y no he sabido hasta hace muy poco qué era lo que hacía de esta historia algo especial.
Veréis, para cuando yo empiezo a leer la historia de Sven, ya me han llegado los audífonos y me ha llegado la pubertad y he empezado a dedicar todas las tardes a la pintura porque lo único que no quiero es salir al mundo exterior. La vida se ha complicado muy rápido y muy pronto y yo no sé cómo gestionarla dentro de mi pequeño cerebro en desarrollo. Y leo sobre la vieja bruja. La vieja bruja pintó muchos cuadros en vida, de espaldas al mundo, y Sven, solitario y triste y aburrido, los descubre en el desván. Un desván como los que solo existen en el cine. No tarda mucho en descubrir que puede conseguir acceder al mundo detrás de cada cuadro y en cada capítulo acaba en un mundo con sus propias reglas, ajenas a nuestro concepto de la física, con animales que hablan, con piratas, con una cebra nocturna, con mares que se han secado y con Minx, la gata que le sigue por todos los cuadros.
Vosotros, que sois adultos, reconoceréis el tipo de historia enseguida, pero esa fue la primera vez que yo me topé con este tipo de narrativa. La del arte llevándote a otro mundo si el presente es desesperanzador para ti. La de huir de tu vida para navegar en la ficción. La historia de este libro no nos es ajena porque la hemos leído y visto de diferentes maneras y miles de veces. La referencia más clara es, quizá, La historia interminable, aunque yo ya nací en un mundo en el que no te hacían leerla porque no estaba de moda (y aún así la conoces, por su inmensidad). Pero no es la única; esta es una historia que surge en muchos libros para niños y no tan niños, y en películas de todo tipo. Es también la de El último gran héroe, que vi hace unos meses en pantalla grande debido a un evento y que me hizo volver a la historia de Sven.
Esta es una historia, a veces dramática, otras veces cómica, o futurista, o con cualquier otro tipo de tropo literario en el que podáis pensar. Es una historia universal que va más allá de la propia historia y del formato en el que os lo hayáis encontrado. De lo que trata este libro y que supe en las entrañas al leerlo, pero no entendí hasta muchos años después es de cuál es la finalidad última del arte, sea el cine, los libros, los videojuegos o la música. De una de las formas en las que el arte puede revolverte. De lo que trata es de estar bien, o mejor, de refugiarte en él para que el mundo real, que a veces es solo un poco desagradable y otras veces profundamente insoportable, parezca un poco menos terrible o, simplemente, para que uno pueda soñar que existe otro lugar donde las cosas funcionan mejor. Y que no pasa nada porque ese lugar, durante un tiempo, sea un mundo ficticio y maravilloso.
Puede parecer lo contrario, pero los inadaptados siempre hemos sido legión, cada uno en su propia habitación leyendo, viendo y escuchando, pensando que estamos solos en este mundo. Muchos de aquellos que han escrito, dirigido y rodado esas historias fueron, a su vez, niños inadaptados que se refugiaron en la ficción. Cada una de esas historias en las que un niño, como tú y como yo, consigue atravesar el portal a un mundo fantástico donde se convierte en el héroe consigue que otro niño solitario más pueda pensar que no está tan solo o que, al menos, puede haber otra realidad ahí fuera. Hablo de niños, pero pueden ser también infinitas las historias en las que un adulto consigue escapar del mundo para poder verlo con distancia y poder ser abrazado por el arte. Ese abrazo tiene algo especial que dura muchos años, y para mí, vino de una gata azul turquesa y de una vieja bruja.
P.D: Hace unos meses, cuando rumié todo esto por primera vez, supe de la existencia de esta escena en la que Sven se convierte en el Pato Lucas y el libro vuelve a existir en mi cabeza. No podía no ponérosla, así que aquí va vuestra dosis de locura de hoy.
Me has hecho recordar aquellas tardes de mi infancia parapetado en el sofá de mis padres con un libro, mientras mi madre, ocasionalmente, me preguntaba si no quería salir a jugar al parque con los niños del vecindario. Los libros ya eran entonces mi parque, mis juegos y mi tranquilidad.