He tenido un mal dormir estos días. Algo que sería habitual en otras personas es ciertamente extraño por aquí. Fui niña y adolescente insómnica, pero desde que salí de ciertas situaciones y tomé ciertas decisiones, como aquella de la que os hablaba el pasado domingo, he tenido un buen dormir casi siempre. Sin embargo, y como todo tiene excepciones, esta semana se me ha escapado entre picos de trabajo y un resfriado que no termina de arrancar, así que la mente no descansa. Esto, que habitualmente habría casi conseguido que hoy no escribiera, me ha llevado a darme cuenta de que algunas de las conversaciones que he tenido esta semana, si bien parecían inconexas, orbitaban alrededor de un tema común: la actuación que desarrollamos en internet.
Existe mucho escrito sobre si el anonimato en redes lleva uno a comportarse peor o no o si nos escudamos en él para hacer cosas que de otro modo no haríamos. No voy a abundar en eso porque creo que es un debate cansado y sin salida, y creo que todos tenemos derecho a un cierto anonimato por las razones que sean. De hecho, el mío es bastante claro y lo cuento siempre que me preguntan: Martell no está lejos de ser un apellido real, pero los dos primeros, los de verdad, no los indico porque hay quien aún me busca por ellos. Y vivir la vida online bajo un candado por miedo a esa posibilidad no es algo que desee hacer. Cada uno tendrá sus razones, algunas tan sencillas y válidas como «no querer». Pero lejos de esto, creo, sin tener papers que lo demuestren, que cada vez es más irrelevante el anonimato para adoptar un personaje en redes.
Durante una época, la de los foros y los chats, todos teníamos un personaje, un avatar. No es que fuéramos más listos o supiéramos llevar mejor ese personaje; eran, simplemente, los comienzos de internet y el único mandato existente era que no podías dar datos personales y la mayoría acatábamos. Sí era más difícil creerse la imagen que uno daba ya que, en muchos sitios esos avatares eran predeterminados a elegir, y en otros la calidad máxima de una fotografía era tan pequeña que rara vez tenía uno claro que estaba viendo en perfiles ajenos. Las comunidades de rol empezaron a emerger, internet estaba confinado en un ordenador enorme en el salón y, en general, el personaje se terminaba al dar al botón de apagar.
El problema con estos personajes es que la mayoría de nosotros no somos actores ni guionistas, son personajes planos, extremos y excesivos. Son bullies o son todo lo contrario a lo que somos en realidad, son personajes rimbombantes desarrollados por un contable en Murcia. Recuerdo que, cuando era adolescente y no tenía muy claro qué persona era o qué quería mostrar de mí, para entrar en foros de una temática concreta me busqué un nombre que fuera aposta algo que no pudiera identificarse conmigo, la elección fue un nombre que evocara a lo místico, lo espiritual. Nada que ver. Las conversaciones que he tenido, sobre tres personas diferentes (una muestra nada desdeñable para alguien poco social) que viven buena parte de su vida online, han girado sobre el creerse sus personajes. Sobre el llevar ciertas actitudes a la vida real. Sobre ser un gilipollas en persona, en resumen y con perdón.
Como os digo, no somos actores y actrices, no hemos aprendido a actuar y, mucho menos, a desactuar. Incluso quien tiene un personaje buscado y detallado comienza a tener problemas en soltar el personaje una vez le da al botón de apagar. O más bien sucede que, como ya no le damos a ese botón, ya no tenemos un momento del día en que está claro que debemos apagar al personaje. Al final desaparece en ese punto de la noche en que ya no hay nadie más y aparece el insomnio. Porque el personaje ya no es un dibujito predefinido en una web, es ya, en muchos casos, alguien con nuestra cara y nuestro nombre de pila. Es difícil abandonar ese personaje cuando, al levantarte por las mañanas, te devuelve la mirada desde el espejo. Un actor profesional sabe, y no siempre lo consigue, salir de ese prototipo al que interpreta para la serie de turno. El resto de nosotros somos monos con teclados, y hay quien lleva lo simiesco hasta el extremo.
Sucede algo más en todo este entorno online y es que, la mayoría de las personas, no son conscientes de que en una obra de ficción un personaje es, rara vez, un individuo en sí mismo. Los personajes se construyen para interactuar con otros, su forma de ser se escribe porque es la que se adapta a este otro protagonista, el malo se escribe a posta para que sirva de contrapartida al bueno y, si quien escribe tiene cierta pericia, ninguno de ellos será blanco y negro. Pero nos hemos acostumbrado a guiones de plantilla y a series Netflix y creemos que lo que vemos es como es e interpretamos en redes escenas absurdas y ridículas y, a veces, al dejar el móvil a un lado seguimos siendo ridículos. Escribo en plural porque una nunca está libre de pecado, pero creo haber sabido ver esto.
Creo, porque yo fui niña de foros y probé lo del rol durante un tiempo, y tuve suerte de que no me gustara especialmente. Y digo suerte porque la persona que yo era me gustaba aun menos, así que podría haber sido claro sujeto de quien se cree lo que interpreta. Han pasado varias décadas y quedan pocos que no estén en redes y ya no hay una decisión consciente y premeditada de qué personaje vamos a ser. El entorno de sitios como Twitter lleva a muchos a ir desarrollando una actitud que poco a poco se come a la persona real, porque nadie nos dice ya que tengamos cuidado con eso qué hacemos en «el interné». Como cada vez que surgen este tipo de temas por esta newsletter, no tengo claro si esto va a empeorar o no, aunque mi visión suele tirar hacia un optimismo moderado. Sé que las generaciones más jóvenes tienden a estar menos tiempo colgadas del móvil que la mía o las que me preceden. Y sé que los jóvenes que están en redes prefieren el formato video que, a su manera, hace más complicado lo de la actuación.
Los early adopters de los ordenadores hemos sido conejillos de indias en esto también. Hemos aprendido que sí podíamos dar ciertos datos online, hemos aprendido qué no podíamos decir, pero no hemos aprendido a actuar o que es lo que conlleva una actuación y se nota. No es la primera vez que hablando sobre un tercero digo que se le ha comido el personaje, y tengo la sensación de que ciertas relaciones que tengo (no las más cercanas, eso sí) van a acabar rompiéndose por esta situación. Se trata, aquí también, de algo que va ligado con la responsabilidad individual. Puedes elegir, muy a mi pesar, ser una caricatura en las redes, pero si no has conseguido desarrollar buenas relaciones en la vida real, nadie va a venir a salvarte de tus decisiones. A los que sí lo han hecho habrá que reeducarlos un poco en lo que significa ser persona y darles un poco de amor. Porque lo entiendo, ser persona, con sus defectos y sus grises es complicado y no siempre nos permite dormir.
¿En serio las nuevas generaciones pasan menos tiempo con el móvil que nosotros? Eso sí que me ha sorprendido. Me encanta que cada vez que te leo me haces recordar pequeñas cosas que tenía olvidadas de los inicios de internet 🩷