«El mal engendra el mal, señor presidente.
Dispararle solo le hará más fuerte.»Sacerdote Vito Cornelius, El quinto elemento.
Durante años fui secretaria en un despacho de abogados. No uno cualquiera, sino uno de esos enormes a los que contratan multinacionales y que engrosan las listas europeas de mejores despachos en tal o cual categoría. Era un asunto serio y bien pagado que abandoné. De esa etapa aprendí muchas cosas, no pocas relacionadas con la condición humana. Veréis, aunque el refranero sea como es, la mayor parte de los que allí estaban eran inherentemente buenas personas o, como mínimo, humanos aceptables. Pero por alguna excepción a esto tuve que aprender a lidiar con las personas y las situaciones como no lo había hecho antes.
Casi siempre he lidiado con lo desagradable o lo no comprensible de una forma muy concreta: no peleando, huyendo, abandonando. No soy un humano ejemplar en ese sentido. Cuando tuve que tratar en aquel trabajo con una persona egoísta y temperamental me di cuenta de que no podía huir, era un compañero directo y, en aquel momento, el resto del trabajo me gustaba mucho. Otra compañera había optado por la vía de la no interacción salvo para lo imprescindible, pero sabía que a mí aquello me iba a hacer más mal que bien a nivel mental. Años atrás una psicóloga había insistido en que yo debía cabrearme más, contraatacar más, responder, agitarme, y a mí aquello me parecía, y me parece, una soberana gilipollez.
Con aquel compañero lo que acabé haciendo fue neutralizar su actitud con todo lo contrario, siendo mucho más agradable y maja de lo que soy. Aparentando ser tan buena persona hasta que la culpa le carcomió y comenzó a suavizar sus enfados. No era natural y me costó horrores, pero a lo largo de estos años esa situación me ha dado para más de una reflexión, alguna que se ha colado en esta newsletter sin su debida referencia. Aprendí que, en muchas ocasiones, el que no sabe tratar su cabreo lo que espera es un contraataque, una pelea que le haga liberar eso que tiene dentro. Aprendí que, como me decía aquella psicóloga, esto está tan normalizado que el elegir no pelear se considera de pusilánimes como pocos y de debilidad mental como muchos.
En paralelo a aquella situación yo estaba, por mera supervivencia, respondiendo a diario a otra persona, cabreándome de verdad, siendo alguien que no era. Fue agotador y creo que no quiero volver a discutir con nadie en 10 años. Aquella forma de tratar esa situación de una forma tan alejada a mi naturaleza no funcionó en absoluto. Lo cierto es que nunca o casi nunca funciona, y lo que importa es cómo maneja uno las malas situaciones para sí mismo, pero hemos creído como sociedad que la manera de lidiar con el mal es hacer más el mal aún. Intentar ser bueno, intentar pasar de aquello que no te viene bien es, aparentemente, de persona débil o de persona que no quiere esforzarse, como si ser buenos estuviera en nuestra naturaleza.
A pesar de lo que he contado yo no soy buena persona de por sí, pero intento serlo que es diferente. Hay momentos en los que me cuesta poco, por suerte la mayoría, hay otros, como en aquel despacho, en los que me cuesta mucho y en los que es una decisión muy premeditada. He sido mala persona infinidad de veces, de joven, no tan joven, hace tres días, mañana y en tres años. Ser mala persona es, me es, fácil o, por lo menos, cómodo. Si no eres muy social viene muy bien, no tienes que pensar en los sentimientos de otras personas, no tienes que esforzarte en entender a gente que toma decisiones que no compartes o que le gustan cosas que tú detestas. De verdad, es muy cómodo. Así que elegir hacer las cosas bien tiene su trabajo, sobre todo si tenemos en cuenta que debemos hacerlas bien mucho rato, muchos años. Es una carrera de fondo.
Pienso en esto a veces, como os digo, sobre todo cuando veo en redes y en la prensa que el cabreo airado es casi deporte nacional. Y creo que se confunde la capacidad de cabrearse o no con la de ser buena persona o no. De pequeña creía que era muy buena persona, sobre todo por eso de que nunca me cabreaba y era tranquila. Con los años me di cuenta de la incoherencia y de que no era tan buena como creía. El problema viene de que muchos siguen creyendo, como cuando eran niños, que son buenas personas sin pararse a pensar mucho en qué puede significar serlo. Y digo «qué puede significar» porque, obviamente, no hay una definición exacta y los filósofos le han dado bastantes vueltas al asunto.
Lo que tengo claro, y cada año más, es que intentar tener una experiencia tranquila, intentar hacer las cosas lo mejor posible, e intentar tratar a los otros de forma agradable (incluso si no lo merecen del todo), es una decisión ardua y consciente. Que ser amable con todo el mundo es un esfuerzo. Que ese esfuerzo merece la pena si lo que quieres es buscar una cierta paz o, al menos, que no te tiren a los leones porque la sociedad ha dicho que es lo que tienes qué hacer. Que todo esto es casi de la única forma que uno puede ir a la contra hoy en día. Todo está hecho para indignarte, todo está hecho para que respondas, y así conseguir que, a su vez, otros te respondan, consiguiendo una enorme cantidad de interacciones y clicks que solo sirven para que otros llenen sus bolsillos.
Hay días en que seré débil de verdad y gritaré más de lo que quiero y luego me arrepentiré. Hay días en que intentar ser buena persona quedará relegado a la última posición y en los que me meteré en situaciones de mala persona desde el principio. Y aún así lo que tengo claro es que no voy a participar del circo, lo que tengo claro es que la Lara de la infancia no iba desencaminada, no era débil. Si el mundo pide que pelees cada día contra los demás a gritos y palos, es el mundo el que tiene un serio problema y yo no lo voy a arreglar. Yo intento seguir viviendo en la tranquilidad. Las entradas para el espectáculo que las compre otro.
Bien dicho, Lara. Sosteniendo tu temple amable, tranquilo, generas un clima emocional y energético que contrarresta ese enfado generalizado que está inundando las redes hoy en día. Hay motivos para estar enfadados, claro, pero esa rabia se tiene que dirigir hacia una respuesta calma, sosegada, creativa, no hacia violencia y reproches inútiles. Gracias por sostener esa tranquilidad tan necesaria 🙏🥰
"intentar tratar a los otros de forma agradable (incluso si no lo merecen del todo), es una decisión ardua y consciente"...
Pero también es tener cierta dosis de empatía. Y no se si se nace o no con ella...